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miércoles, 7 de noviembre de 2018

Realidades en mundo globalizado: Donald Trump en el contexto de la Globalización

Realidades en mundo globalizado: Donald Trump en el contexto de la Globalización: Bernie Sanders al ser reelegido por tercera vez como senador por Vermont en las pasadas elecciones de mid term dijo que Donald Trum...

Donald Trump en el contexto de la Globalización



Bernie Sanders al ser reelegido por tercera vez como senador por Vermont en las pasadas elecciones de mid term dijo que Donald Trump era un mentiroso patológico y que nunca antes en su vida le había tocado ver a  un presidente de Estados Unidos que en lugar de  tratar de unificar  al país esté intentando “dividirnos con base en el color de nuestra piel, el lugar de donde venimos, la religión,  el  genero y nuestra identidad sexual”. Al tomar control de la Cámara de Representantes el partido Demócrata tiene posibilidades de frenar en parte la desafiante agenda de Trump e incluso de investigar algunas de sus más cuestionables actuaciones. Pero ¿por qué la potencia más poderosa del mundo termina eligiendo como  presidente a semejante personaje?

La elección de  Donald Trump como presidente de Estados Unidos y el Brexit  en 2016 fueron  hechos inesperados que no resultan tan sorprendentes si los entendemos en contexto. Tanto Trump como el Brexit son  respuestas  a la globalización rampante que ha sido impuesta en el mundo por los grandes poderes económicos, financieros y políticos  a un costo muy  alto para la humanidad, pero que no garantizan una salida a la crisis contemporánea, son caminos escogidos en un proceso largo e incierto.   Los excesos del capitalismo de libre mercado han traído consigo un gran desarrollo tecnológico y un acortamiento de distancias pero también una gran desigualdad al interior de cada nación y entre países. 

La destorcida de la globalización neoliberal aparece igualmente problemática. El descontento de amplios  sectores de la población, de  trabajadores y desempleados, de sectores medios se hace sentir de formas nunca antes vistas. En la medida en que los gobiernos nacionales pierden la confianza de sus electores por su incapacidad para proveerles con una mínima seguridad social, política y económica, la gente cada vez más se aferra  identidades étnicas y religiosas, principalmente, como a una tabla de salvación lo cual es una ficción ya que todos  en el fondo somos mulatos o mestizos, una realidad que nos negamos a aceptar, en tanto que la religión  es un campo minado de percepciones y demandas no negociables. 

Dice Manfred Bienefeld, profesor emérito de la Universidad de Carleton en Ottawa, que como están las cosas hoy día parecería que Hitler hubiese ganado la guerra, ya que las grandes potencias continúan impulsando y utilizando las diferencias étnicas para erosionar a los estados “inconvenientes” como lo hicieran en el pasado –URSS, Yugoslavia, Georgia, Ucrania- y en sus propios países ahondar los conflictos separatistas o hacer eco de los pedidos de sectores aborígenes  que reclaman una nacionalidad basada en la etnia. A  éstos fenómenos se suman posturas políticas ultraconservadoras contra los migrantes, los valores liberales tradicionales y los Derechos Humanos. Yuval Noah Harari sostiene que “desde la crisis financiera global de 2008, personas de todo el mundo se sienten cada vez más decepcionadas del relato liberal”. Ante la decepción del paradigma liberal, debido esencialmente al no poder identificarse con gobiernos que satisfagan sus más íntimas necesidades amplios sectores sociales se apegan  a sus privilegios raciales, nacionales o de género. 

Donald  Trump surge con un relato nuevo luego de un período de estancamiento económico en la Administración de Obama; tiene una agenda nostálgica para hacer que “América sea grande de nuevo”, regresando a un pasado supuestamente glorioso que contrarreste el evidente declive de la superpotencia donde su hegemonía está siendo cuestionada principalmente por China. Durante la Administración  Reagan el poderío de Estados Unidos adquirió un punto culminante con una frenética expansión del gasto militar haciendo crisis en 2003 cuando ocupó a Irak, cuestión que causó gran daño al status internacional norteamericano.  Una asediada Estados Unidos  busca desesperadamente  mantener su status hegemónico a pesar de los crecientes problemas sociales, políticos y económicos internos  en tanto que pierde  influencia externa.  No se puede uno imaginar un escenario más peligroso para la paz mundial, especialmente porque de nuevo Estados Unidos se ha enfocado en una estrategia belicista y en el incremento del gasto militar, empujando a China y a Rusia en la misma dirección.  Los aliados naturales de Trump, argumenta James Petras, son personajes sanguinarios como el “Príncipe de la Muerte” de Arabia Saudí, Mohamed bin Salman, el presidente electo de Brasil, ultra neoliberal fascista, Jair Bolsonaro, se postra ante Israel principal mentor y jefe de operaciones en Oriente Próximo, además de un aliado militar estratégico.

La  estrategia política internacional de Donald Trump  ha propugnado por el aislacionismo, despreciando los mecanismos e instituciones multilaterales, ha exacerbado  relaciones con muchos países incluida Rusia – anunció ruptura del acuerdo nuclear de 1987- y China - su principal preocupación es evitar que China desarrolle su base industrial, tecnológica y militar-, ha cercado a Cuba y Venezuela, pero ha tratado de desnuclearizar la relación con Corea del Norte, se ha despachado contra los migrantes, ha acabado con instituciones claves para la salvaguarda del medio ambiente la ciencia y la salud, cuestión casi irreparable.  Internamente, la elección de un ultraconservador como Brett M. Kavanaugh en la Corte Suprema da el tono de cómo se han de resolver las disputas internas más importantes en torno a los derechos civiles.  

Le tocó en suerte al magnate un boom económico, coincidiendo con  una auge mundial que no ha logrado menguar la desigualdad y fragmentación social.  Diez  años después de la gran recesión de 2008,  la economía estadounidense ha vuelto a superar su nivel de equilibrio, está en pleno empleo y acumula ya 32 trimestres consecutivos de expansión, uno de los ciclos de crecimiento más largos de su historia. Pero también es  cierto que el crecimiento ha excedido las expectativas más por fuera - Europa, China y Japón- que dentro de Estados Unidos, sugiriendo que lo que lo impulsa este boom es un fenómeno global ya que  su crecimiento en 2018 está por  debajo del crecimiento mundial. Por ejemplo,  la inversión extranjera directa en lo que va de 2018 está por debajo de la de 2016.  El mérito de Trump radica en haber contribuido a recalentar la economía con resultados más perturbadores  que sostenibles. El magnate ha rebajado  los impuestos a las multinacionales, ha optado por estímulos fiscales poderosos , ha  renegociado los tratados de libre comercio como Nafta para exacerbarlo,  su postura proteccionista de los intereses corporativistas ha redundado en  una guerra comercial sin precedentes especialmente con China, ha contribuido a la desregulación financiera, le ha restado independencia a la FED, y la consecuente apreciación del dólar estadounidense desde las elecciones podría destruir casi 400.000 empleos manufactureros a medida que pase el tiempo y el alza en las tazas de interés ahuyentar a los capitales.  

El crecimiento de las principales economías desarrolladas por encima de su equilibrio es insostenible durante mucho tiempo. La gran duda que surge ahora es, ¿cuándo vendrá la próxima recesión? Después del auge la única dirección posible es el colapso, especialmente en una economía mundial desregulada, donde cada nuevo anuncio de Trump sacude a Wall Street y las bolsas mundiales.

Las contradicciones económicas subyacentes se tornan cada vez más inmanejables. – la deuda global se ha expandido monstruosamente desde el colapso de 2008- dejando a gran parte del mundo atrapado en interminables ciclos de austeridad que continúan aupando el estado de alienación. Y como también se ha predicho, esto conlleva a rupturas políticas aún en las economías imperiales más avanzadas dejando a la ciudadanía escoger entre opciones “fascistas” o “radicales socialdemócratas” – Trump y Sanders-  o entre derechas como en Francia - Le Pen y Macron-. En Alemania,  aunque Ángela Merkel logró ser reelegida “como lo usual hasta ahora”,  su situación ya resultó insostenible y anunció su retiro; en América  Latina ocurre otro tanto y las disyuntivas se presentan  entre –Bolsonaro  y Haddad-,   -Gustavo Petro y Iván Duque-  en Colombia.  La polarización política está a la orden del día y los votantes desinformados o informados por algoritmos o redes sociales que tocan las emociones más íntimas los seducen y  optan por soluciones inusuales y propuestas radicales ajenas al auténtico interés nacional: populismos ultraderechistas o del signo contrario. El fascismo y la ultraderecha están ya instalados en muchos países del mundo. La gente está creyendo en soluciones unipersonales, en salvadores providenciales. Hay que estar alerta.

Ante un panorama tan incierto, como dice Harari, la gente amenazada por fuerzas impersonales del capitalismo global y temiendo por el futuro  de los sistemas nacionales  de salud, educación y bienestar busca seguridad y sentido en el regazo de la nación. Sostengo que los países tienen el derecho de proteger sus propias estructuras sociales y culturales, a optar por regulaciones e instituciones propias y a  pensar en una mejor gobernabilidad mundial para solucionar los problemas globales como el cambio climático - lo cual no significa establecer un gobierno tecnocrático global- , en tanto propugnen por la defensa de valores humanos ahora amenazados como la igualdad, la libertad y la justicia. Pregunto, Colombia, un país rezagado en casi todos los  aspectos gracias  a los intereses mezquinos de sus élites  vinculadas a negocios foráneos, ¿debe entonces soñarse  como un país distinto de sí mismo, como Chile,  como Alemania?