Tanto los
populismos sudamericanos de izquierda como el estadounidense y los europeos de
derecha encontraron su agosto en momentos de gran descontento social por cuenta
de la crisis de la globalización neoliberal y de la pérdida de credibilidad de
los partidos políticos tradicionales y de las ideologías liberal y marxista.
En efecto, los
gobiernos latinoamericanos de Hugo Chávez, Néstor Kirchner, Evo Morales, Rafael
Correa y Fernando Lugo del llamado “giro a la izquierda” u “ola rosa de América
Latina” coinciden con crisis económicas, sociales y políticas asociadas al
agotamiento del modelo neoliberal que se impuso en los noventa y accedieron al
poder por vía electoral y no por vía revolucionaria como lo proponía la
izquierda en décadas anteriores. [1]
Por su parte, el populismo de derecha se puso de moda precisamente en los años que siguieron a la crisis financiera global de 2008 y 2009. Es en la última década que hemos presenciado el resurgir de populismos marcadamente xenófobos, antiliberales y anticosmopolitas en una gran cantidad de países europeos y en los Estados Unidos que no se pueden asimilar al fascismo clásico del siglo XX. [2]
Por su parte, el populismo de derecha se puso de moda precisamente en los años que siguieron a la crisis financiera global de 2008 y 2009. Es en la última década que hemos presenciado el resurgir de populismos marcadamente xenófobos, antiliberales y anticosmopolitas en una gran cantidad de países europeos y en los Estados Unidos que no se pueden asimilar al fascismo clásico del siglo XX. [2]
Si bien los shocks externos generan un
desencanto con las formas existentes de representación política y traen consigo
nuevos liderazgos externos o outsider, no explican a cabalidad la
efectividad política y resiliencia de estos gobiernos, ni el signo final de las
transformaciones.
El populismo funciona, dice María Esperanza
Casullo, quien dedica su libro titulado ¿Por qué funciona el populismo? El
discurso que sabe construir explicaciones convincentes de un mundo en crisis,
no a defender o justificar el populismo de un signo u otro sino a explicar su
eficacia la cual yace en el discurso persuasivo que se emplea.
Para Casullo, “la
obsesión por identificar al populismo como de izquierda o de derecha
exclusivamente según el menú de políticas públicas es un esfuerzo que, aunque
repetido al infinito, termina necesariamente en frustración conceptual y
empírica”. Por ello aborda el populismo como un fenómeno propiamente político,
no sociológico, ni económico. Ella
analiza el populismo como discurso mítico para explicar por qué los líderes y
partidos populistas no solo ganan las elecciones – muchas veces contra todos
los pronósticos- sino por qué una vez en el poder se mantienen por más tiempo.
Los líderes
populistas cuentan historias (como son los mitos) simplemente porque la
narrativa funciona.
“Un
mito populista debe lograr tres objetivos básicos: explicar quien forma parte
del pueblo, del nosotros; explicar quien es el villano que le ha hecho un daño
a ese nosotros, y justificar por qué ese pueblo necesita de ese líder para
reparar el daño sufrido, encarar la lucha épica y lograra finalmente su
redención histórica”.
Es condición del
populismo la presencia de un líder personalista y carismático cuya autoridad
existe en tanto sus seguidores estén convencidos de que ésta existe; de ahí que
“el líder debe crear y recrear la legitimidad de su propia autoridad
mediante la apelación discursiva directa y constante a sus seguidores”. Los
lideres populistas hablan de sí mismos, de su historia personal y deben ser por
naturaleza contadores de historias. En sus discursos siempre se presentan como outsiders,
es decir, como alguien que viene “de afuera”, incontaminado por los vicios de
la “partidocracia” o el establishment y que se ha visto casi forzado a entrar
en la política debido a la indignación moral que el sufrimiento del pueblo y la
traición de la élite le generan, impulsados por un deseo de servir al
pueblo. A diferencia tanto del liberalismo
como del marxismo, el populismo no plantea un horizonte futuro de superación de
la división posible entre pueblo y élite, es decir que el mito populista no es
emancipador sino redentor.
En el caso del
populismo de izquierda el antagonismo está dirigido hacia arriba, es decir, hacia una élite económica-social. En
contraposición, en el populismo de derecha de, por ejemplo Donald Trump y Marine
Le Pen, el antagonismo está dirigido hacia abajo: hacia inmigrantes, minorías
étnicas y mujeres principalmente. Se trata de una estrategia racional a fin de
contar siempre con un público leal. En
el discurso populista la referencia a la emoción es abierta y constante.
Cada evento populista
a lo largo de la historia adquiere un contenido propio y particular y los hay de
todos los pelambres: el militar patriota lo representaron en el siglo XX
Getulio Vargas, Juan Domingo Perón, Omar Torrijos, José Velasco Alvarado. El
dirigente social ejemplificado por Lula da Silva, Evo Morales, Fernando Lugo,
Rafael Correa que entraron a la política desde afuera. El empresario exitoso
tipo Silvio Berlusconi y Donald Trump pero también en parte por Mauricio Macri
en Argentina.
Que el mito
populista en América Latina y la apuesta por su radicalización hayan sido
efectivos se debe a tres razones, según Casullo: primero, la alta heterogeneidad de las
sociedades latinoamericanas vuelve casi imposible la conformación de partidos
basados en un único principio identitario como la clase o la etnia. La segunda,
la mayoría de estos gobiernos llegaron al poder en un contexto de crisis y de
implosión de los sistemas partidistas y tercero, todos afrontaron grandes
dificultades en un principio de manera que apelaron “directamente a la sociedad
para generar un principio de lealtad”.
Con el tiempo, la
mayor debilidad de este modelo de construcción política fue la imposibilidad de
resolver la sucesión presidencial de una manera satisfactoria, sostiene la
autora. Es imposible institucionalizar la transmisión del carisma para el
sucesor del líder original. Hugo Chávez pudo imponer a Maduro pero éste no cuenta
con la autoridad carismática del primero y se torna abiertamente autoritario.
Evo Morales decidió forzar su propia permanencia infructuosamente. En segundo lugar,
los populismos también pierden las elecciones, es difícil que se mantengan por
más de diez años. En América Latina el
fin de los populismos tuvo que ver con que la mejoría social estuvo muy ligada
al boom de los commodities y quienes salieron de la pobreza
empezaron a rechazar el discurso antagonista que llevó al poder a estos
movimientos.
Los partidos
populistas de derecha de hoy buscan “dividir la sociedad entre un “nosotros” y
un “ellos” en tres temas clave: la inmigración y lo foráneo; la tecnocracia
multinacional encarnada en la Unión Europea, y los cambios en el modelo de
familia patriarcal. Estas tres áreas resultan determinantes para la generación
de una identidad propia. Sin embargo, y a diferencia de los populismos de
izquierda, no tienen objeciones hacia el sistema capitalista per se,
aunque sí sobre los efectos de la globalización sobre el “pueblo auténtico”. “Aunque
los populismos de derecha pueden movilizarse en contra del neoliberalismo y a
favor del estado bienestar, siempre sostienen que los beneficios estatales solo
deben alcanzar a algunas personas, en general, a la población blanca rural y
envejecida, y que deben eliminarse para otros, considerados moralmente
inferiores”. Mientras los populismos de izquierda miran hacia el futuro los de
derecha tienden a ser nostálgicos y miran hacia un pasado idealizado.
El mito es
inherente a cualquier proyecto político, el mito populista es sólo una historia
entre muchas, es imposible expurgar los mitos de la política y solo hablar de cifras,
de ideas puras. La autora invita entonces
no a eliminar los mitos sino a comprenderlos, a hacerlos explícitos, a discutirlos.
Por mi parte, creo
que hay que profundizar y cuestionar permanente y sistemáticamente los
discursos políticos, su contexto social y económico, invitar a “no comer cuento”
para poder construir cada vez mejores alternativas políticas, más acordes con
los tiempos y las realidades de cada sociedad.
[1] Sin que ello signifique que no haya habido populismos de derecha como el
de Álvaro Uribe Vélez en Colombia y Jair Bolsonaro en Brasil.
2 Según Enzo Traverso en su libro Las nuevas caras de la derecha: tal vez
podríamos decir que Trump está tan lejos del fascismo clásico como Occupy Wall
Street, los Indignados y Nuit Debout lo están del comunismo del siglo
pasado.
El fascimo “proponía un proyecto de sociedad, una civilización, una
“tercera vía” opuesta simultáneamente al comunismo y al liberalismo. Trump no
propone ningún modelo alternativo de sociedad.
Su programa se reduce a la consigna “make America Great Again”. No
quiere cambiar el modelo económico y social estadounidense, por la sencilla
razón de que este le asegura enormes beneficios”.