Historias de la realidad o la realidad de las historias

lunes, 25 de noviembre de 2019

El mito populista como respuesta a la crisis del orden neoliberal global


Tanto los populismos sudamericanos de izquierda como el estadounidense y los europeos de derecha encontraron su agosto en momentos de gran descontento social por cuenta de la crisis de la globalización neoliberal y de la pérdida de credibilidad de los partidos políticos tradicionales y de las ideologías liberal y marxista.

En efecto, los gobiernos latinoamericanos de Hugo Chávez, Néstor Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa y Fernando Lugo del llamado “giro a la izquierda” u “ola rosa de América Latina” coinciden con crisis económicas, sociales y políticas asociadas al agotamiento del modelo neoliberal que se impuso en los noventa y accedieron al poder por vía electoral y no por vía revolucionaria como lo proponía la izquierda en décadas anteriores. [1] 

Por su parte, el populismo de derecha se puso de moda precisamente en los años que siguieron a la crisis financiera global de 2008 y 2009.  Es en la última década que hemos presenciado el resurgir de populismos marcadamente xenófobos, antiliberales y anticosmopolitas en una gran cantidad de países europeos y en los Estados Unidos que no se pueden asimilar al fascismo clásico del siglo XX. [2]

 Si bien los shocks externos generan un desencanto con las formas existentes de representación política y traen consigo nuevos liderazgos externos o outsider, no explican a cabalidad la efectividad política y resiliencia de estos gobiernos, ni el signo final de las transformaciones.

 El populismo funciona, dice María Esperanza Casullo, quien dedica su libro titulado ¿Por qué funciona el populismo? El discurso que sabe construir explicaciones convincentes de un mundo en crisis, no a defender o justificar el populismo de un signo u otro sino a explicar su eficacia la cual yace en el discurso persuasivo que se emplea.

Para Casullo, “la obsesión por identificar al populismo como de izquierda o de derecha exclusivamente según el menú de políticas públicas es un esfuerzo que, aunque repetido al infinito, termina necesariamente en frustración conceptual y empírica”. Por ello aborda el populismo como un fenómeno propiamente político, no sociológico, ni económico.  Ella analiza el populismo como discurso mítico para explicar por qué los líderes y partidos populistas no solo ganan las elecciones – muchas veces contra todos los pronósticos- sino por qué una vez en el poder se mantienen por más tiempo.

Los líderes populistas cuentan historias (como son los mitos) simplemente porque la narrativa funciona.

“Un mito populista debe lograr tres objetivos básicos: explicar quien forma parte del pueblo, del nosotros; explicar quien es el villano que le ha hecho un daño a ese nosotros, y justificar por qué ese pueblo necesita de ese líder para reparar el daño sufrido, encarar la lucha épica y lograra finalmente su redención histórica”.

Es condición del populismo la presencia de un líder personalista y carismático cuya autoridad existe en tanto sus seguidores estén convencidos de que ésta existe; de ahí que “el líder debe crear y recrear la legitimidad de su propia autoridad mediante la apelación discursiva directa y constante a sus seguidores”. Los lideres populistas hablan de sí mismos, de su historia personal y deben ser por naturaleza contadores de historias. En sus discursos siempre se presentan como outsiders, es decir, como alguien que viene “de afuera”, incontaminado por los vicios de la “partidocracia” o el establishment y que se ha visto casi forzado a entrar en la política debido a la indignación moral que el sufrimiento del pueblo y la traición de la élite le generan, impulsados por un deseo de servir al pueblo.  A diferencia tanto del liberalismo como del marxismo, el populismo no plantea un horizonte futuro de superación de la división posible entre pueblo y élite, es decir que el mito populista no es emancipador sino redentor.

En el caso del populismo de izquierda el antagonismo está dirigido hacia arriba, es decir, hacia una élite económica-social.  En contraposición, en el populismo de derecha de, por ejemplo Donald Trump y Marine Le Pen, el antagonismo está dirigido hacia abajo: hacia inmigrantes, minorías étnicas y mujeres principalmente. Se trata de una estrategia racional a fin de contar siempre con un público leal.  En el discurso populista la referencia a la emoción es abierta y constante.

Cada evento populista a lo largo de la historia adquiere un contenido propio y particular y los hay de todos los pelambres: el militar patriota lo representaron en el siglo XX Getulio Vargas, Juan Domingo Perón, Omar Torrijos, José Velasco Alvarado. El dirigente social ejemplificado por Lula da Silva, Evo Morales, Fernando Lugo, Rafael Correa que entraron a la política desde afuera. El empresario exitoso tipo Silvio Berlusconi y Donald Trump pero también en parte por Mauricio Macri en Argentina.  

Que el mito populista en América Latina y la apuesta por su radicalización hayan sido efectivos se debe a tres razones, según Casullo: primero, la alta heterogeneidad de las sociedades latinoamericanas vuelve casi imposible la conformación de partidos basados en un único principio identitario como la clase o la etnia. La segunda, la mayoría de estos gobiernos llegaron al poder en un contexto de crisis y de implosión de los sistemas partidistas y tercero, todos afrontaron grandes dificultades en un principio de manera que apelaron “directamente a la sociedad para generar un principio de lealtad”.

Con el tiempo, la mayor debilidad de este modelo de construcción política fue la imposibilidad de resolver la sucesión presidencial de una manera satisfactoria, sostiene la autora. Es imposible institucionalizar la transmisión del carisma para el sucesor del líder original. Hugo Chávez pudo imponer a Maduro pero éste no cuenta con la autoridad carismática del primero y se torna abiertamente autoritario. Evo Morales decidió forzar su propia permanencia infructuosamente. En segundo lugar, los populismos también pierden las elecciones, es difícil que se mantengan por más de diez años.  En América Latina el fin de los populismos tuvo que ver con que la mejoría social estuvo muy ligada al boom de los commodities y quienes salieron de la pobreza empezaron a rechazar el discurso antagonista que llevó al poder a estos movimientos.

Los partidos populistas de derecha de hoy buscan “dividir la sociedad entre un “nosotros” y un “ellos” en tres temas clave: la inmigración y lo foráneo; la tecnocracia multinacional encarnada en la Unión Europea, y los cambios en el modelo de familia patriarcal. Estas tres áreas resultan determinantes para la generación de una identidad propia. Sin embargo, y a diferencia de los populismos de izquierda, no tienen objeciones hacia el sistema capitalista per se, aunque sí sobre los efectos de la globalización sobre el “pueblo auténtico”. “Aunque los populismos de derecha pueden movilizarse en contra del neoliberalismo y a favor del estado bienestar, siempre sostienen que los beneficios estatales solo deben alcanzar a algunas personas, en general, a la población blanca rural y envejecida, y que deben eliminarse para otros, considerados moralmente inferiores”. Mientras los populismos de izquierda miran hacia el futuro los de derecha  tienden a ser nostálgicos y miran hacia un pasado idealizado.

El mito es inherente a cualquier proyecto político, el mito populista es sólo una historia entre muchas, es imposible expurgar los mitos de la política y solo hablar de cifras, de ideas puras.  La autora invita entonces no a eliminar los mitos sino a comprenderlos, a hacerlos explícitos, a discutirlos.

Por mi parte, creo que hay que profundizar y cuestionar permanente y sistemáticamente los discursos políticos, su contexto social y económico, invitar a “no comer cuento” para poder construir cada vez mejores alternativas políticas, más acordes con los tiempos y las realidades de cada sociedad.  









[1] Sin que ello signifique que no haya habido populismos de derecha como el de Álvaro Uribe Vélez en Colombia y Jair Bolsonaro en Brasil.  
Según Enzo Traverso en su libro Las nuevas caras de la derecha: tal vez podríamos decir que Trump está tan lejos del fascismo clásico como Occupy Wall Street, los Indignados y Nuit Debout lo están del comunismo del siglo pasado.
El fascimo “proponía un proyecto de sociedad, una civilización, una “tercera vía” opuesta simultáneamente al comunismo y al liberalismo. Trump no propone ningún modelo alternativo de sociedad.  Su programa se reduce a la consigna “make America Great Again”. No quiere cambiar el modelo económico y social estadounidense, por la sencilla razón de que este le asegura enormes beneficios”.