Por ser del mayor interés para quienes se preocupan y se interesan por los efectos mundiales de la pandemia del coronavirus, he traducido un muy comprehensivo artículo de Adam Tooze, historiador británico de la Universidad de Columbia, PhD en Economía de la London School of Economics, quien relata con gran acierto y precisión tanto los antecedentes económicos y financieros como las respuestas políticas y económicas a la pandemia teniendo en cuenta los tres grandes centros económicos del mundo: Estados Unidos, China y la Eurozona. Publicado en The London Review of Books, (Vol 42, No 8, abril 16 de 2020).
Los tres grandes centros económicos frente a la turbulencia financiera y económica y sus debilidades
En marzo pasado, cuando Europa y Estados Unidos comenzaron a entender la gran magnitud de la pandemia de la Covid-19 los inversionistas entraron en pánico. Los mercados financieros se desplomaron. La turbulencia fue tan severa que en varias ocasiones durante el mes el normal comportamiento del mercado fue cuestionado. El precio de los Bonos del Tesoro, el activo más seguro, fluctuaba salvajemente mientras los administradores de fondos, en la lucha por obtener efectivo, vendieron todo lo que pudieron. En el mercado de divisas, a través del cual normalmente circulaban $6 trillones diariamente, el tráfico era de una sola vía: convertir todas las monedas del mundo a dólares. Ningún mercado del mundo puede funcionar así por mucho tiempo. La libra esterlina se desplomó. Incluso se vendió oro. No se trataba de la crisis bancaria de 2008, pero, si no fuera por la espectacular intervención de la Reserva Federal, el Banco de Inglaterra y el Banco Central Europeo, estaríamos viviendo no solamente las desastrosas consecuencias sociales y económicas del confinamiento, sino también un ataque al corazón financiero. En cambio, estamos experimentando una oleada de contracción del crédito.
La producción y el empleo se han contraído dramáticamente. Enormes programas gubernamentales de gasto se han puesto en marcha, no para crear nuevos empleos, sino para sostener la economía en soporte vital. El desafío no es meramente técnico. Esta es una crisis global que afecta prácticamente a todas las comunidades del planeta. Y ha expuesto notorias diferencias entre los bloques económicos más grandes, tanto que ahora es más difícil que nunca entender cómo se puede engranar eso que llamamos economía mundial.
Los tres grandes centros de producción, intercambio y de actividad corporativa son Estados Unidos, China y la Eurozona. Estos centros económicos están ligados mediante flujos comerciales, organizados a través de complejas cadenas de suministro, que se esparcen por todo el planeta. Cada uno tiene una retaguardia que se extiende a las regiones vecinas de Latinoamérica, Europa Central del Este, África y por toda Asia. Estos centros están interconectados a un sistema financiero que utiliza el dólar como moneda de comercio y crédito. Cada centro tiene debilidades caracterizadas. La preocupación por China es la sostenibilidad de su crecimiento propulsado por el endeudamiento. Las debilidades de la Eurozona radican en que carece tanto de un respaldo para su raquítico sistema bancario como de una capacidad fiscal compartida; peor aún, las finanzas italianas son tan débiles que continuamente amenazan con perturbar la solidaridad europea. En Estados Unidos, las instituciones nacionales de política económica en realidad funcionan: en 2008 lo demostraron y lo están haciendo de nuevo ahora. La Reserva Federal, Fed, y el Departamento del Tesoro ejercen una enorme influencia sobre la economía estadounidense y el sistema global en su totalidad. Lo por elucidar es cuál es su postura frente a una sociedad profundamente dividida y la percepción del ala derechista del Partido Republicano - que no sabe nada de nada- y su campeón de la Casa Blanca, de su estilo tecnocrático.
En años recientes, cada una de estas debilidades en variadas ocasiones captaron la atención de los administradores de fondos y de los ejecutivos que dirigen los negocios globales y de los expertos y técnicos que los asesoran. Para nadie es un secreto que la deuda china es una burbuja, las divisiones europeas y la cultura política irracional norteamericana constituyen un desafío para lo que se conoce como economía mundial. Lo que causó el pánico en marzo fue el darse cuenta de que la Covid-19 expuso todas las flaquezas al mismo tiempo. En efecto, en Europa y Estados Unidos la falla del gobierno ha sido tan severa que ahora enfrentamos una catástrofe de la salud pública y un desastre económico simultáneamente.Y para empeorar las cosas Donald Trump parece tentado a hacer malabares con las dos.
Desde 2008, la economía mundial ha llegado a depender en un desconcertante grado de los estímulos gubernamentales. Nadie puede argumentar que nuestra realidad se parece a los prístinos modelos de mercado tan populares en los 1980s y 1990s. Pero quienes los tomaron en serio no entendieron el punto. El Estado estuvo involucrado todo el tiempo, o como creador de esos mercados, o como distribuidor y ejecutor de los derechos de propiedad. Lo nuevo es que los bancos centrales están en alerta permanentemente, dispuestos a agregar aún más estímulos donde quiera que haya oportunidades de crecimiento. Y han sido llamados regularmente porque el crecimiento de la productividad ha sido lento. Al mismo tiempo, en una era de austeridad, no hemos podido contar con líderes políticos capaces de proveer estímulos fiscales adecuados. A la fecha Estados Unidos ha desoído los llamados para que afloje el cierre de la billetera. Los republicanos juegan futbol político con el presupuesto americano. Solamente Beijing parece tener control de las riendas en sus manos de la política industrial, los estímulos fiscales y monetarios.
La gran expansión monetaria desde 2008 y sus consecuencias
La continua inyección de estímulos monetarios por parte de los bancos centrales confiere diversos grados de ganancia y riesgo a sus muy desiguales beneficiarios. Luego de 2008, en Estados Unidos y Europa las bolsas de valores rugieron por delante de los ingresos devengados, exacerbando la desigualdad. En todo el mundo los empresarios se endeudaron en dólares, aprovechando los profundos mercados financieros americanos y sus bajas tasas de interés. Pero los expuso al riesgo. El primer shock se dio en 2013 llamado ‘taper tantrum’ disparado por la sugerencia del presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke de reducir el ritmo de inserción de dinero a la economía por parte del banco central de Estados Unidos. Para muchos mercados emergentes 2013 marcó el punto en que el crecimiento se volvió lento y sus monedas empezaron a perder terreno.
En 2014 se produce la primera gran caída de los precios de la energía. Los precios del petróleo se restablecieron hasta 2016, luego de que la Organización de Países Productores de Petróleo y Rusia llegaran a un acuerdo incómodo. Previo al acuerdo el mundo resistió el primer revés real a la racha de éxito económico de China. En 2015 colapsó la bolsa de Shanghái y un trillón de dólares huyeron de China disminuyendo sus inmensas reservas en una cuarta parte. Al mismo tiempo la Eurozona estaba atormentada por una pelea con el gobierno izquierdista de Grecia. En esta ocasión no solamente los chinos también el Banco Central Europeo reaccionaron mediante un masivo estímulo monetario. Esto dio un soporte a sus economías, pero como la Reserva Federal estaba aumentando las tasas de interés justo cuando los europeos, los japoneses y los chinos estaban agregando estímulos, el efecto fue una apreciación del dólar. Esto afectó a las empresas y los gobiernos de todo el mundo que se habían endeudado en dólares, los cuales ahora costaban más en sus monedas domésticas. Un dólar fuerte al mismo tiempo era malo para las exportaciones estadounidenses. Una mini recesión manufacturera golpeó regiones como Míchigan y Wisconsin, un factor que tuvo que ver con el sorpresivo triunfo Trump en 2016.
Cuando Donald Trump se posesionó en la Casa Blanca en enero de 2017, había una inquietante habladuría sobre la amenaza del populismo. El Grand Old Party, GOP, que dominaba el Congreso desde 2010, había estado colocando palos en la rueda del funcionamiento de la gran maquinaria hegemónica norteamericana: oponiéndose a los estímulos, amenazando con el incumplimiento de la deuda, saboteando la reforma a la cuota del FMI. Con Trump al timón, ¿estaba el sistema político nacional del país dispuesto a echar por tierra cualquier aspiración al liderazgo global y estabilización? Cumpliendo con su promesa de campaña, Trump desata una guerra comercial a China, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, TLCAN, y la Unión Europea. Esto resultó muy perturbador para los sectores automotriz y de la agricultura que están muy internacionalizados. Aún más alarmante resultó ser la forma en que la competencia de los aranceles se estaba convirtiendo en una charla de rivalidad sistémica: ¿podrían las empresas de alta tecnología como Huawei o Apple continuar con sus ambiciones globales? Los aliados de Estados Unidos enfrentaban opciones duras. Desde el punto de vista de la desconcertados Estados Unidos, parecería ser que tanto la América de Trump como la China de Xi, estuvieran cuestionando la prioridad de la globalización.
Por la misma época, una miasma de incertidumbre nublaba los mercados globales. La inversión se estaba contrayendo. Como en el 2015, las manufacturas, muy interconectadas globalmente, fueron las que sintieron las presión del desaceleramiento. Tanto para la manufactura global como la de Sur Corea y Alemania el panorama era desolador. En el trasfondo, los informes del FMI advertían con preocupación sobre la montaña de deuda que se había acumulado desde 2008. Eventualmente, trillones de dólares tendrían que pagarse. ¿Qué pasaría si las condiciones financieras se apretaban repentinamente?
Por la misma época, una miasma de incertidumbre nublaba los mercados globales. La inversión se estaba contrayendo. Como en el 2015, las manufacturas, muy interconectadas globalmente, fueron las que sintieron las presión del desaceleramiento. Tanto para la manufactura global como la de Sur Corea y Alemania el panorama era desolador. En el trasfondo, los informes del FMI advertían con preocupación sobre la montaña de deuda que se había acumulado desde 2008. Eventualmente, trillones de dólares tendrían que pagarse. ¿Qué pasaría si las condiciones financieras se apretaban repentinamente?
Los verdaderos conservadores, distintos de los casados con la religión del mercado de valores, vieron bien un remezón. Era el momento para una purga, el momento para frenar los negocios que habían sucumbido por demasiada financiación barata, era el momento de regresar a la disciplina. Pensaron que este era el mejor camino para salir de la extraña realidad alterna creada por el estímulo monetario de 2008. No obstante, durante el verano de 2019, los bancos centrales nuevamente subieron al ring. Presionada por Trump, la Fed volvió a impulsar la expansión. A pesar de las protestas de los conservadores alemanes, el Banco Central Europeo lanzó una nueva ronda de flexibilización cuantitativa. Entonces, preocupados por una eventual recesión, Estados Unidos y Beijing llegaron a un acuerdo comercial. Al comienzo de 2020, la confianza personal de los tecnócratas seguía intacta. La preocupación central de Europa no era la situación económica inmediata, sino la posibilidad de lanzar un nuevo Green Deal. El cambio climático y la transición energética eran enormes desafíos que desatarían aún más los alineamientos de la Guerra Fría. China y no los Estados Unidos era el potencial aliado. Trump y su partido simplemente negaron la ciencia. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, COP 26, que se iba a realizar en noviembre, ahora pospuesta, era una fecha clave para renovar los compromisos del Acuerdo de Paris de 2015.
El desafío de la pandemia del coronavirus y las distintas respuestas
Noticias sobre una nueva amenaza empezaron a filtrarse. El 31 de diciembre de 2019 China informó a la Organización Mundial de la Salud, OMS, de un nuevo virus. Su letalidad y el hecho que podía transmitirse de un humano a otro fueron rápidamente confirmados. Pero Trump y sus seguidores no tuvieron más tiempo para el “virus de Wuhan” del que le dedicaron al cambio climático. Fue así como en la apertura de Davos el 22 de enero Trump despreció desdeñosamente las preguntas sobre el virus. El 23, las autoridades de la provincia de Hubei comenzaron un confinamiento sin precedentes: lanzaron un cordón sanitario alrededor de Wuhan, una ciudad de 11 millones de habitantes, el mayor centro de producción automotriz del mundo. Mientras los expertos luchaban para que los políticos tomaran en serio la Covid-19, Samsung, Nissan y Jaguar Land Rover se debatían por mantener la producción porque no podían obtener piezas esenciales de China. En las semanas siguientes, los banqueros fueron de los primeros en unirse a la nueva clase de epidemiólogos amateur.
¿Cómo asumir la amenaza? El modelo más obvio era el SARS de 2003, un modelo confiable: China pudo haber errado en los primeros pasos en su respuesta a la Covid-19, pero tenía experiencia en estas cosas y pronto recobraría el control. Los matices maoístas de la guerra popular de Xi Jing contra el virus intimidaban, pero los mercados estaban cómodos con el pacto faustiano que había hecho el autoritarismo del Partido Comunista Chino. Era, si mucho, un alivio que el virus haya desplazado de los titulares a otras noticias preocupantes sobre China, como las acciones represivas del Estado en Xianjiang y Hong Kong.
En el transcurso de febrero, los pronosticadores ajustaron sus predicciones hacia abajo en 0.1 ó 0.2 por ciento. La preocupación en este punto era todavía sobre cómo el cierre de China podría impactar el crecimiento económico global, no el esparcimiento del virus mismo. Sus vecinos -Sur Corea, Japón y Taiwán- estaban todos haciendo un trabajo ejemplarizante en cuanto a la contención del virus.
Estados Unidos continuaba reportando un número ínfimo de casos. También había hecho un número irrisorio de tests, pero la implicación del hecho no fue obvia al principio. Fue hasta el 14 de febrero que el FMI que advirtió del riesgo del virus para los países en desarrollo sin pensar que éste invadiría a una de las grandes economías. La reunión del G20 de los ministros de finanzas en el tranquilo monasterio de Riyadh del fin de semana del 22 y 23 de febrero se desenvolvió rutinariamente. Todos los secuaces de Trump querían hablar sobre las lecciones que los rezagados europeos podrían aprender del emprendedurismo americano.
Ese mismo fin de semana, sin embargo, las noticias de Europa eran alarmantes. Mientras China estaba ganando la batalla contra la Covid-19, la estrategia de contención en Italia fracasaba. Como el área de la cuarentena incluía a Milán, la cadena más débil de la Eurozona estaba al borde de perder la mitad de su producción nacional. Pero ¿cómo abordar el desafío de la pandemia dadas las debilidades ya expuestas? Las señales no eran alentadoras. Francia desplegó un cierto grado de visión estratégica; su ministro de finanzas, Bruno Le Maire, secundado por Mark Carney del Banco de Inglaterra, urgió una acción conjunta. El intento de una acción coordinada fracasó por culpa de Alemania. Se planteó como un típico fiasco de la Eurozona.
Entretanto, quienes hacen las sumas seriamente estaban llegando a terroríficas conclusiones. Si esta era una verdadera pandemia toda la economía mundial se estaba dirigiendo hacia a un abismo. La industria, los servicios y las redes de transporte que los conectaba se detuvieron. El común denominador de este sistema es la energía. Riyadh, previendo un bajón en la demanda de petróleo por el confinamiento en China, pidió a Moscú un recorte en la producción a lo cual se negó, entonces abrió los grifos y el 7 de marzo los precios se desplomaron.
Durante el fin de semana la confianza en el mercado finalmente se perdió. El histórico colapso en los precios del petróleo trajo a casa la magnitud del shock del coronavirus. En las siguientes dos semanas los mercados colapsaron. Todo se vendió, el dólar se disparó, amenazando a quienes se habían endeudado en dólares. Para detener la ola de ventas en medio del pánico, la Fed apoyó todos los posibles mercados domésticos de crédito. Al mismo tiempo extendió la liquidez en dólares a los mayores centros financieros globales mediante una red de líneas de permutas (swaps) de liquidez, que permitió a un estrecho grupo de 14 bancos centrales canjear sus monedas por dólares. Adicionalmente los bancos centrales del mundo podrían pedir préstamos con respaldo de los Bonos del Tesoro que tuvieran en sus reservas, con tal de evitar su venta. Luego de titubear, el Banco Central Europeo finalmente desplegó un enorme programa de compra de activos. Tanto el Banco Central Europeo como la Fed están haciendo las intervenciones más grandes de cualquier tiempo desde la crisis de 2008. Para el Banco de Inglaterra el momento crítico llegó mientras el gobierno británico titubeaba sobre una política, la libra entonces se desplomó y el mercado dorado se desordenó. Para estabilizar los precios y bajar los dividendos el banco adoptó un programa masivo de compra de bonos. Se trataba de salvar la libra a como diera lugar siguiendo la orientación de Mario Draghi, desde su vinculación al banco en 2012.
La respuesta masiva de los bancos centrales logró detener el pánico. Pero la parálisis apenas comienza. Todos los días llegan con noticias sobre rebajas en la calificación de las corporaciones, lo cual apretará progresivamente la oferta de créditos. En Estados Unidos millones de personas están solicitando beneficios por el desempleo. Cosas peores se esperan en los días y semanas por venir.
Hacer predicciones por el momento es un albur. Lo que queda claro es que el virus se ha convertido en una brutal manera de poner a prueba la habilidad de formular, diseñar e implementar respuestas coherentes a la crisis.
Hasta la fecha la estrategia de golpear duro y rápido la epidemia y de evitar nuevos brotes en el largo plazo, conocida como ‘el martillo y el baile’, es la que han ensayado China, Sur Corea, Hong Kong, Taiwán y Singapur. Como lo anunció el presidente chino el 3 de febrero ante el Politburó, la respuesta china constituye una movilización comprehensiva de todo el aparato técnico, económico, político y social del régimen. Asegurar el aislamiento social involucró a un ejército de supervisores, monitores y de fuerzas policiales. Escalada al tamaño de una ciudad como Londres o Nueva York, el equivalente sería una fuerza de cincuenta mil subalternos, algo así como el cuerpo uniformado entero y los auxiliares del Departamento de Policía de Nueva York. Sur Corea, Singapur y Taiwán han utilizado una más alta tecnología y menos medidas restrictivas logrando frenar la pandemia y están retornado paulatinamente a la normalidad. La recuperación económica depende en mucho del empuje de la economía China que desde antes de la pandemia contaba con un sistema bancario frágil, corporaciones sobre endeudadas y la carga de una infraestructura improductiva y el recuerdo de 2015 cuando la moneda china estuvo bajo gran presión todavía los persigue.
Pero estos son buenos problemas a tener. En Occidente el panorama es más oscuro. En Europa enfrenta no un desastre sino una serie de ellos, cada uno en la escala de Hubei. Mediante el confinamiento el brote más grave en una sola provincia, China fue capaz de reunir y desplegar estratégicamente sus recursos médicos. Imagínense que la Unión Europea hubiera podido mandar quince mil médicos y paramédicos a Italia. Pero Europa nunca ha tenido esos recursos y además el esparcimiento de la pandemia no hubiera permitido ahora tal despliegue. La crisis ha sido enfrentada nación por nación, dependiendo de los recursos disponibles, definidos por las limitadas capacidades fiscales de cada Estado miembro. Las debilidades de la Eurozona están siendo expuestas. Los Países Bajos y Alemania frenaron la propuesta impulsada por Francia, Italia, España y Portugal de emitir bonos corona. La única razón por la cual no se ha regresado a una crisis de deuda soberana es porque el Banco Central Europeo ha intervenido. El tamaño del estímulo alemán se ve impresionante en el papel y debería apoyar las exportaciones de los socios comerciales. Pero la mayor parte de los ítems son garantías crediticias y no constituyen gasto propiamente dicho, y está por verse qué tanto estimulará la demanda agregada.
Estados Unidos en la encrucijada
Si las opciones para la Unión Europea son desalentadoras las que enfrenta Estados Unidos son aún peores. Para afrontar la implosión de la economía el Congreso aprobó un paquete de estímulos verdaderamente impresionante de dos trillones de dólares, aún más grande que los recursos que se dispusieron en 2008-09. Esta plata está llegando en la forma de un ingreso básico universal. Los esquemas crediticios incluyen provisiones para proteger a los trabajadores que todavía tienen empleo, y para para limitar la compensación administrativa excesiva y combatir las recompras con las que la América corporativa recompensa a la sociedad más acaudalada. Pero propuestas sistemáticas más radicales, que pudieran cubrir de alguna manera los trillones de dólares de ingreso perdido como resultado del paro, fueron desestimadas. Con toda certeza tales propuestas fueron víctimas de las discusiones entre Nancy Pelosi, el vocero de la Cámara y sus contrapartes republicanas, pero la verdad es que eran irrealizables dado el funcionamiento del aparato administrativo, cuyas deficiencias son producto de la muy dividida política de Estados Unidos. Uno se pregunta ¿por qué Estados Unidos no cuenta con un sistema nacional de seguro de desempleo? Por lo pronto tienen que conformarse con un sistema local diseñado para cubrir a un 20 por ciento de quienes en principio califican como beneficiarios. Es un sistema del que no quisiéramos depender cuando la economía está en cuidados intensivos.
La crisis confirma, una vez más, la posición crucial de la Reserva Federal para la gobernabilidad económica.Hay un nuevo mecanismo de cooperación entre la Fed y el Tesoro que puede absorber hasta US$450 billones en pérdidas sobre los préstamos de la Fed, Dado que la mayoría de los préstamos serán pagados, este le da a la Fed una enorme potencia de fuego. Pero no puede encarar la causa de la crisis: la pandemia. Menos del 10 por ciento del gasto estímulo va al sector de la salud, no obstante que el sistema necesita desesperadamente recursos para recomponer un sistema que puesto a funcionar a su máxima capacidad está en riesgo colapsar financieramente. Los mejores hospitales de Estados Unidos son de alta tecnología y costos. Pero combatir el coronavirus requiere tratamientos comprehensivos masivos de anomalías respiratorias y esto no es para lo que está diseñado el burocrático sistema de salud americano. Mientras California y ciudades como Nueva York están bien dotadas para responder a la emergencia, Nueva Orleans y Detroit casi quiebran. Mientras los ricos del Upper East Side de Manhattan se refugiaron en sus casas de campo o en sus cabañas frente al mar, los estados rojos agotaron las municiones pues los gobernadores liberales soltaron a los prisioneros hacinados en cárceles insalubres.
Mientras tanto, Trump convirtió la asignación de ventiladores para salvar vidas en un reality TV show, que según él, atrae a más televidentes que la temporada final de The Bachelor. Primero anunció que en la pascua abriría la economía para luego retractarse. Oscila entre medias draconianas para aislar a Nueva York, New Jersey y Connecticut e impacientes pedidos para que América se abra de nuevo. Sus deficiencias han sido expuestas una vez más. Voces conservadoras contundentes y empresarios destacados lo han empujado en esta dirección. El asunto no se trata de si se consigue o no la ‘inmunidad de rebaño’. Lo que provoca todas las murmuraciones sobre estrategias alternativas es la pura dificultad que nos produce imaginar que Estados Unidos pueda hacer funcionar el confinamiento económica o políticamente. Intentar combatir el virus mediante el aislamiento social y el confinamiento ha expuesto las debilidades de la nación. El presidente y sus asesores están impacientes por jugar entonces con las fortalezas del país, las cuales las identifican egoístamente con negocios y no con la salud pública. Pero como los expertos de la Administración han advertido, al menos que los tests y su seguimiento operen en gran escala, se corre el riesgo de que la pandemia fuera de control sature los hospitales.
Lo que estamos presenciando en la respuesta de Estados Unidos a la pandemia, más que el apagón de Trump, es el abismo existente entre la competencia del aparato gubernamental estadounidense para manejar las finanzas globales y el show televisivo de la política. Esta tensión ha crecido cada vez más desde los 1990s, pero el virus la ha expuesto como nunca antes. Ha forzado una aparente disyuntiva entre desempeño económico y muertes masivas lo cual es, no sólo en Estados Unidos, profundamente impactante para el sentido común prevaleciente.
En 1992 el jefe de los asesores políticos de Bill Clinton, James Carville, dio un mensaje: es la economía, estúpido. En ese momento sonó como la voz de del poder y la razón. La pandemia altera esa simple afirmación sobre la prioridad de la economía. Como lo han demostrado los países asiáticos, no tenía que ser un vuelco total. En las respuestas bien ordenadas de China y Sur Corea la economía temporalmente pasó a un segundo plano, pero su enfoque en la salud pública y el orden público resultó ser la mejor manera de regresar a los negocios como de costumbre.
Como los europeos y los estadounidenses han descubierto, una vez que se pierde el control todas las opciones son malas: cerrar la economía por un tiempo indefinido o cientos y miles de personas mueren. Trump no ha dominado el desafío; en cambio expresa a través de sus vacilaciones y expresiones erráticas la imposibilidad de hacerlo sin causar un gran dolor. Para Trump la economía no parece tanto como un superego que establece la ley, sino como un impulso irreprimible que insiste en que satisfagamos sus demandas sin importar el costo, un síntoma no de realismo sino de trastorno mental. Trump personifica algo que es común tanto a Europa como a Estados Unidos: una falta de liderazgo en el nivel apropiado para afrontar la pandemia. Entretanto la tarea de estirar al límite los servicios sanitarios, por un lado, y los de los técnicos de política social y económica, por el otro, ha recaído en los gobernadores de Estados Unidos y en los gobiernos nacionales de Europa. Mientras millones de individuos y sus familias se las arreglan como mejor puedan. Lo mismo que con el cambio climático, nos han dejado rezando por un deus ex machina en forma de un descubrimiento científico.
Y ¿qué pasará cuando termine la crisis? ¿se levantará de las cenizas la economía mundial? ¿Vamos a depender una vez más en los genios de la logística moderna y de los técnicos de las finanzas del dólar para volver a recomponer la economía? Será más difícil que antes. Cualquier fantasía de convergencia que hayamos alimentado luego de la ‘caída del comunismo’ con toda seguridad se ha disipado por el momento. Tendremos que de alguna manera armar algo del autoritarismo de un solo partido chino, el Estado Bienestar europeo y lo que llegue a ser Estados Unidos como consecuencia de este desastre.