Historias de la realidad o la realidad de las historias

viernes, 28 de enero de 2022

Los hechos hablan pero las historias venden

 




La crisis de la globalización también conlleva una profunda crisis  de la manera de hacer  política y de las ideologías. Como los mercados determinaron la política y los estadistas se han sometido  a su designio, a falta de programas e ideas concretas de cambio,  los líderes y las campañas electorales necesitan contenidos, la historia del día, -the line of the day- relatos fabricados por estrategas de la comunicación  que pueden peligrosamente reemplazar la realidad. 

Según el ensayista francés Christian Salmon, autor de Storytelling: la máquina de fabricar  historias y formatear las mentes 2007 p. 120, el arte del relato “es una operación más compleja de lo que se podría creer a primera vista: no se trata sólo de “contar historias” a los asalariados, de ocultar la realidad con un velo de ficciones engañosas, sino también de compartir un conjunto de creencias capaces de suscitar la adhesión o de orientar los flujos de emociones; en resumen, de crear un mito colectivo constructivo”. Es decir, el sentido de las historias que nos cuentan viene dado y muy acotado para que no lo cambiemos. 

Ron Suskind, autor de varias investigaciones sobre las comunicaciones en la Casa Blanca, escribió un artículo para The New York Times en 2002 donde relata cómo fue duramente espetado por un asesor de Bush, presumiblemente Karl Rove,  unos meses antes  de la guerra de Irak, así:

“Usted cree que las soluciones emergen de su juicioso análisis de la realidad observable. (…)  El mundo ya no funciona realmente así. Ahora somos un imperio, prosiguió, y cuando actuamos creamos nuestra propia realidad. Y mientras usted estudia esa realidad, juiciosamente como desea, actuamos nuevamente y creamos   otras realidades nuevas”. 

El artículo tuvo tal impacto que en respuesta se creó "la comunidad basada en la realidad" en la Web. Al hablar de ‘la derrota del empirismo’, Suskind puso el dedo en la llaga, “que consiste en delimitar la deliberación, el control, la búsqueda de hechos, la investigación sobre el terreno” en el periodismo. Y en esto los nuevos medios de información electrónica que suministran noticias al instante, favorecen una versión anecdótica de los acontecimientos, contribuyendo como nunca a enturbiar la frontera entre la realidad y la ficción, reitera Salmon.  

Los líderes  populistas que se han puesto de moda, efectivamente hablan de sí mismos, de su historia personal y deben ser por naturaleza contadores de historias. En sus discursos siempre se presentan como outsiders, es decir, como alguien que viene “de afuera”, incontaminado por los vicios de los partidos políticos  o el establecimiento  y que se ha visto casi forzado a entrar en la política debido a la indignación moral que el sufrimiento del pueblo y la traición de la élite le generan, impulsados por un deseo de servir al pueblo.  A diferencia tanto del liberalismo como del marxismo, el populismo no plantea un horizonte futuro de superación de la división posible entre pueblo y élite, es decir que el mito populista no es emancipador sino redentor.

En el caso del populismo de izquierda, el antagonismo está dirigido hacia arriba, es decir, hacia una élite económica-social.  En contraposición, en el populismo de derecha de por ejemplo Donald Trump y Marine Le Pen, el antagonismo está dirigido hacia abajo: hacia inmigrantes, minorías étnicas y mujeres principalmente. Se trata de una estrategia racional a fin de contar siempre con un público leal.  En el discurso populista la referencia a la emoción es abierta y constante.

El profesor de periodismo de la Universidad de Columbia, Evan Cornog, asegura que en las campañas electorales de Estados Unidos: “es la batalla de las historias, y no el debate sobre las ideas, lo que determina como los norteamericanos reaccionarán en una competición electoral”. El ejemplo reciente más dramático fue la elección de Donald Trump con su discurso populista anti-establecimiento, siendo él el más fiel representante del mismo. 

En   razón de la profunda crisis que viven las democracias, el electorado percibe a la corrupción como el problema principal. Lo fue en la campaña presidencial de 2018 en Colombia y lo es  en la campaña  actual. 

La campaña del ingeniero Rodolfo Hernández,  ha  logrado canalizar desde las redes sociales el rechazo a las maquinarias  partidistas corruptas. Para construir su discurso, su historia, el  ex alcalde de Bucaramanga contrató al  asesor político español Víctor López, quien ayudó a Nayib Bukele a llegar a la presidencia de El Salvador y es reconocido por sus estrategias a través de las redes sociales. López aseguró en una  entrevista con El Comercio,  que las ideologías (izquierda, derecha...) no llaman la atención del votante sino las personas como tal que se postulan. Y es que siguiendo ese hilo de ideas, Hernández, desde que se lanzó como candidato presidencial, decidió hacerlo avalado por firmas ciudadanas y alejado de los partidos políticos y sigue insistiendo en eso al también haber rechazado participar en las consultas de las diferentes coaliciones políticas. Y está teniendo éxito en comparación con otras campañas que también tienen a la corrupción y el clientelismo en la mira. 


Recomiendo el podcast A Fondo de María Ximena Duzán: El viejito tiktoker que podría ser presidente de Colombia.


domingo, 23 de enero de 2022

Movimientos identitarios: falta de imaginación, dice Caparros

 


Dice el cronista Martín Caparros que “Los movimientos identitarios son la imaginación de una época sin imaginación”, pues parten de lo que somos y no de lo que quisiéramos ser.  Sostiene que  los últimos 200 años se caracterizan por ser  la historia de la construcción de la diferencia para convencerte de que eres diferente al tipo de enfrente.  (Martín Caparros, podcast Paredro de octubre  de 2021 sobre su libro Ñamérica)

La pregunta clave  es:  ¿qué nos une?  ¿En qué radica un proyecto de  verdadero cambio hacia el futuro?

Dice Caparros que nos correspondió vivir una época sin proyecto de futuro. Pasa en todo el mundo pero más aquí en Ñamérica.   Hay épocas que lo tienen y otras que no y  los tiempos históricos son largos. En la actualidad, vemos el futuro no como una promesa sino como amenaza. 

Vivimos un período caracterizado por muchos estallidos sociales,  momentos de cólera  que no construyen. Hay mucho descontento y mucha gente que sale a la calle a protestar pero no hay un proyecto de sociedad que haya cristalizado aún, no hay una idea que haya tomado fuerza suficiente como para abanderar a toda una sociedad.  También son tiempos de conflictos religiosos, nacionalistas  y étnicos muy divisivos.  

Es importante señalar que junto con los movimientos identitarios se desplegó el enfoque diferencial, el cual  se originó en parte en virtud de  la globalización neoliberal. La focalización de los subsidios y ayudas para  las poblaciones denominadas vulnerables, bajo argumentos de eficiencia, reemplazaron a las viejas políticas  públicas de cobertura nacional propias del Estado de Bienestar.  En adelante, con un enfoque de derechos  diferenciados se crearon instituciones, leyes, instancias de participación y  acciones afirmativas para satisfacer derechos identitarios y no de los ciudadanos en general: mujeres, jóvenes, infancia, ancianos, población LGBTI, indígenas, etc.  La no discriminación se volvió bandera política y  todo el mundo entró en el juego.  

Una de las limitaciones del enfoque diferencial es que lo acompaña un exceso de corrección política, paralizante en la medida en que dificulta que se hable de muchas cosas y en particular de los problemas estructurales y nacionales que debemos resolver tomen nuevamente relevancia. Cada cual está  en lo suyo  sin una visión de país o de futuro y esta miopía  también incluye  a los  políticos. Así los populismos de un signo o de otro abundan hoy día con sus falsas pequeñas promesas. 

Presenciamos  campañas electorales carentes de propuestas de fondo, se intenta satisfacer  un poco a cada grupo,  pero los políticos no se atreven a hablar de un nuevo modelo de sociedad, de  cambios en el modelo de desarrollo imperante, ni de un proyecto de futuro, ni siquiera la vieja izquierda, ahora acorralada en propuestas supuestamente no polarizantes, estigmatizada por los fracasos de los llamados gobiernos del socialismo del siglo XXI, entre otras cosas porque  la mejoría  en la calidad de vida que se dio entre el 2000 y el  2015 no  cobijó en especial a  los países con  gobiernos izquierdistas.