Historias de la realidad o la realidad de las historias

viernes, 10 de junio de 2016

La realidad detrás de la democratización de la moda


Querámoslo o no la moda está presente en nuestras vidas. Nuestra apariencia hace parte de nuestra identidad, y nuestra forma de vestir es parte de ella y está necesariamente  influenciada por la moda, moda que ahora es global, homogenizada por  una industria  multinacional que se ha adaptado al cambio, flexibilizándose y desplazando su producción al tercer mundo.
Ya no ocurre que la moda la impongan exclusivamente los grandes modistos y que esta se transmita de las clases altas a las bajas mediante la imitación.  La moda en el pasado estuvo siempre identificada con la movilidad social. Quizás el primer paso lo dio  la diseñadora francesa Coco Chanel, quien sacó muchas de sus ideas icónicas del pueblo. Produjo una ruptura con la opulenta y poco práctica elegancia de la Belle Époque y creó una línea de ropa informal, sencilla y cómoda. Vestía a las mujeres de clase alta con camisetas a rayas inspirada por los marineros franceses,  camelias que las utilizaban las sirvientas británicas, perlas que eran solamente populares en Rusia y con sus famosos trajes de tweed con chaqueta ribeteada.  Pero lo verdaderamente revolucionario fue que sus diseños dejaron de ser  exclusivos de la alta costura para popularizarse en las calles.  Una de sus frases más famosas dice: Una moda que no llega a las calles no es una moda.
Desde la revolución de los cincuentas con el prête-à-porter o el ready to wear (listo para llevar) se empezó a democratizar la moda. Las marcas como Christian Dior, Armani,  Calvin Klein que habían sido exclusivas, se pusieron al alcance de una clientela mucho más amplia. Costureros y diseñadores dejaron de trabajar exclusivamente para la alta sociedad, ahora lo hacen en función de una gran masa de consumidores que aman sus productos que se venden en tiendas de cadena, presentes en forma similar en  los Malls de cualquier ciudad del mundo.  El resultado es la homogenización en la forma de vestir, con prendas más baratas y asequibles para todos, una moda cómoda y fácil de llevar.  La diferencia en la identidad de clase en el vestir está ahora principalmente en la calidad de los materiales y en algunos detalles de diseño.
Se dejaron atrás los valores y tradiciones, de manera que un joven de África viste la misma camiseta GAP o Levi's que alguien más luce en Francia o en Colombia. Con la emergencia de las marcas de cadena, se fragmentó el gusto en la moda. Las preferencias de los consumidores se comunica gracias los equipos de informadores que  observan a los potenciales clientes en distintos sitios y por la información que transmiten los vendedores de las tiendas. Ahora la mayoría somos iguales en el vestir. La excepción son las subculturas o tribus urbanas como muchos la llaman: están los skinheads, hippies, góticos, punk, floggers, tecno, metal, todas las cuales intentan rescatar una identidad original y propia.
Pero la democratización de la moda ha tenido un alto costo social. Para poderse adaptar al constante flujo de nuevas tendencias, y a la despiadada competencia, la industria de las  confecciones se ha relocalizado en países del tercer mundo, donde los trabajadores, principalmente mujeres, trabajan en maquiladoras y empresas unipersonales bajo terribles condiciones laborales.
La ropa de marca nos conecta automáticamente con muchos lugares globalmente. La ropa no la fabrica la marca en su país de origen,  está hecha en lugares insalubres y peligrosos,  con bajos costos laborales, en largas jornadas de trabajo, por trabajadores pagados a destajo y sin contrato. Esto es a lo que los economistas se refieren como la flexibilización laboral.
Para reducir costos, las empresas subcontratan gran parte de la costura e incluso el corte a maquilas en países como México, China, Tailandia, Rumania y Vietnam, donde la pobreza es alta y los salarios paupérrimos y donde los gobiernos ofrecen toda suerte de garantías a la inversión extranjera. En Colombia son ejemplo de ello las maquilas de Medellín e Ibagué. También se ubican en ciudades donde se concentran los necesitados inmigrantes. 
Anteriormente el comercio textil y de prendas de vestir se regía por tratados multilaterales que designaban cuotas de importación de textiles y prendas de vestir a los países, pero a partir de 2005 se eliminaron para entrar al libre comercio total favoreciendo  principalmente a China que hoy domina alredor del 50% del mercado mundial de textiles y confecciones.
Un ejemplo de cómo opera la globalización en este lucrativo negocio, es el grupo Inditex,  el tercero a nivel mundial, que cobija varias marcas a la vez: Zara, Pull &Bear, Massimo Dutti, Bershka, Stradivarius, Oysho, Zara Home, Kiddy’s Class y Uterqüeo.  El grupo está compuesto por cerca de 150 sociedades en 30 países. El diseño se realiza en la sede española y la manufactura se subcontrata. El 59% de los trajes se confecciona en Europa, el 23% en Asia y el 12% en Europa del Este y el 3% en el resto del mundo.  Sólo distribuye sus productos a través de sus propias tiendas (2.300 en 56 países).
El éxito de esta multimillonaria empresa radica en  la creación de un centro logístico en Arteijo, (La Coruña, España), informatizado, que comunica la sede central del holding con cada uno de sus puntos de venta en el mundo, de tal manera que  flexibiliza la producción en la medida en que posibilita reponer el producto consumido –tallas, colores, patrones-, introducir en fábrica las modificaciones que dicta cada mercado específico y conocer, además, en tiempo real la facturación de cada uno de esos puntos. Lo que se busca es suministrar las prendas Justo a Tiempo  (just in time) haciendo competitiva a la empresa, al ser capaz de entregar la cantidad y variedad exactas en el mercado deseado. La circulación de las prendas y diseños es extremadamente rápida y se adapta a la moda del momento con suma facilidad, pues se espera que los clientes cambien de forma de vestir y de estilo con cada temporada o estación. 






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