El sorpresivo voto de los británicos del 23 de junio en
favor del Brexit, más allá de la turbulencia inicial causada en los mercados financieros y el desbarajuste en los partidos en Gran
Bretaña representa ante todo una debacle para el proyecto de la globalización
neoliberal. La dirigencia
financiera y política del mundo, incluida la británica, predicó durante décadas
que la globalización es inevitable y que el mundo se beneficiaría con ceder la soberanía nacional para
integrarse económica y financieramente derribando paulatinamente toda barrera
entre los países. No
obstante, el voto de rechazo a la
Unión Europea amerita un análisis
sobre si las premisas básicas de la globalización se cumplieron o no en el caso de la Unión Europea. Si
bien la globalización trajo sus beneficios, sus promesas de un mundo de
bienestar no se han sostenido en el tiempo.
Los ganadores de la globalización han sido las corporaciones
multinacionales, los sectores más acomodados, los trabajadores de cuellos
blanco y quienes han tenido libre acceso a los capitales. Las personas mayores
desempleadas, las clases trabajadoras menos educadas de los países occidentales
han tenido que padecer la pérdida de trabajos, unos salarios estancados o
decrecientes y una deuda
acumulada. La evidencia muestra
que la desigualdad en el ingreso
ha sido peor en los países que han abrazado el neoliberalismo. El malestar frente a las políticas
neoliberales se ha expresado en el
rechazo de las capas medias y bajas a los partidos de izquierda y
socialdemócratas que han apoyado a la Unión Europea y que se ha alinderado con
la agenda neoliberal y la ofensiva corporativa.
La crisis económica y financiera que comenzó en Estados
Unidos en 2008 y se extendió al viejo continente para constituir la crisis de
la eurozona, no ha podido ser
mitigada por una Unión Europea dominada por los intereses financieros y
económicos de Alemania y Bruselas. A los países del Sur de Europa les impuso programas de austeridad que
han resultado contraproducentes y a la fecha no parecen ver la luz al final del túnel. A pesar de la integración económica y
comercial, la desigualdad entre las economías persiste y la integración política y cultural,
ha estado siempre ausente. Los países más perjudicados, entre los que se
encuentra España, son los que se sienten más distanciados del proyecto común.
El fantasma de los refugiados provenientes de los países en
conflicto asiáticos y los
migrantes de Europa Oriental recorre a Europa, y el temor xenófobo alimenta el
surgimiento de movimientos populistas de derecha, nacionalistas y
proteccionistas pero este fenómeno solo en parte explica el voto a favor del
Brexit.
Los medios y el establecimiento han pretendido explicar el resultado del
referéndum como parte del atraso cultural de los sectores populares, como
producto de un chauvinismo antiinmigrante que debe ser cuestionado. No
obstante, no todo el que votó es xenófobo. Es más probable que la crisis
austeridad/desempleo, para satisfacer a la plutocracia bancaria de Frankfurt y
la City, haya tenido más que ver en la decisión de salir de la UE. El voto
Brexit fue más fuerte en el centro
del país donde está su base trabajadora e industrial. Los que prefirieron
quedarse, correspondían a la clase no trabajadora del área de Londres y el Sur
de Inglaterra, al igual que Escocia y el Norte de Irlanda. Escocia ha dependido
de las exportaciones de petróleo a la UE y está altamente ligada al comercio.
La economía del norte de Irlanda está ligada a Escocia y al la economía de la UE. De manera que
su voto no era sorpresivo.
Igualmente los efectos de la inmigración se sentía menos en estas
regiones que en el corazón de la zona industrial inglesa.
El balance negativo parece ser más el resultado de la agenda neoliberal
impulsada por Tony Blair y David Cameron que condujo a la desindustrialización
del país, arrojando un saldo negativo en la balanza en cuenta corriente de la
balanza de pagos equivalente a más de 7 por ciento del PIB y que se debe financiar con flujos de capital del
extranjero. El desequilibrio de las cuentas externas del Reino Unido se traduce
en los sentimientos que impulsaron el voto por el Brexit especialmente de las
clases trabajadoras que son las que más han perdido con la globalización, son
compartidos por otros sectores tanto en Europa como en Estados Unidos y pueden
alentar nuevos movimientos secesionistas. Sin la amenaza de una Unión Soviética
comunista, Europa está más dispuesta a regresar al nacionalismo.
La UE había
nacido de las cenizas de dos guerras mundiales, y la unión de 28 países se
pensó como una manera de actuar en bloque para poder competir en un mundo que
gira cada vez más en torno a Estados Unidos y China, las dos economías más
grandes del mundo. Si con el Reino Unido en sus filas la UE no era más que un
bloque debilitado, con los británicos afuera su gravitación global disminuye
aún más frente a China, Rusia y los nuevos centros de poder internacional
El Brexit ha alterado el mercado financiero mundial y
determinado la devaluación de la libra y algunos prevén una posible recesión
que podría extender al resto de Europa. Políticamente ha desintegrado a los
partidos políticos de Gran Bretaña. La UE pierde a la segunda economía y al segundo país en
población, lo que debilita a una Europa cuyo proyecto integracionista dejo de
ser democrático e igualitario para
plegarse a los intereses corporativos. El Brexit marca un duro revés a la globalización neoliberal y
parecería que el Estado-nación vuelve a ser un eje fundamental para la
gobernabilidad de un mundo cada vez más conectado e interdependiente. Falta ver si la OTAN también se
debilita o sucumbe, lo cual sería también un duro golpe a Estados Unidos y sus
ambiciones guerreristas.
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