Historias de la realidad o la realidad de las historias

domingo, 16 de octubre de 2016

La globalización y el auge del populismo de derecha


La globalización neoliberal al no generar el prometido bienestar para las mayorías sino todo lo contrario: pobreza, desempleo, marginamiento y  estancamiento económico ha producido una gran polarización política como respuesta, apuntalada por corrientes de izquierda antiglobalización pero más recientemente por el resurgimiento de una derecha populista que antaño era liberal, neoliberal o conservadora y que genera gran confusión. Confunde porque defienden el proteccionismo, busca el voto obrero y propenden por partidos “neoproletarios” sin socialismo, por supuesto, que apelan al trabajador blanco frustrado por su situación económica y social y que proponen que el acceso a los recursos públicos y a los puestos de trabajo debe ser primero para los nacionales.

Hay distintas variantes de este fenómeno pero tienen en común la bandera  contra las élites políticas y financieras y la defensa de una identidad nacional que se ve amenazada, sobre todo por los extranjeros. “Son movimientos antiglobalización de derechas”, dice el experto Xavier Casals que denomina este fenómeno como “nacional populista”.

Se trata de políticos del talante de Donald Trump, el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, que se replica en Europa en cabeza de Norbert Hofer del Partido de la Libertad de Austria, quien estuvo a punto de ganar las elecciones; el exalcalde de Londres, Boris Johnson, a quien se le ha apodado “el rey de la comedia política”; Marine Le Penn en Francia; en el norte de Europa Sylvi Listhaug del Partido del Progreso noruego; el danés Kristian Thulesen Dahl, líder del Partido Popular, que ocupa el segundo lugar en el parlamento y  Geert Wilders, el líder del Partido por la Libertad holandés.

Todos los anteriores tienen en común que apelan al proteccionismo y a  un nacionalismo radical motivado por la crisis de los refugiados. El reclamo nacionalista   utiliza la imagen de un peligro potencial para la integridad de la comunidad nacional, un recurso reiteradamente utilizado a lo largo de la historia para fortalecer la cohesión y promover el consenso social con base en una supuesta identidad nacional.  Se crea así un enemigo sobre quien dirigir el descontento, con el pretexto de asegurar un “nosotros”. 

Su electorado es principalmente obrero. Aitor Hernández-Carr señala que numerosos estudios coinciden en señalar que desde los años 80 se ha producido una evolución común en el perfil socioecómico del electorado de las distintas formaciones de derecha radical populista. Si durante los 80 podría hablarse de un "predominio de individuos de clase media", a lo largo de los 90 y 2000 se hizo patente la progresiva "obrerización" del electorado.

Este es un populismo excluyente que justifica la expulsión fuera de la comunidad de unas “minorías amenazantes” de allí el endurecimiento de las leyes migratorias en el conjunto de la UE en la última década,  el crecimiento de la fobia contra el Islam  y/o la campaña de Sarkosy contra los roms  y en general contra los migrantes.  Remueven sentimientos de intolerancia, xenofobia  en sus electores, pero de ninguna manera atacan las verdaderas causas del malestar de la población, o sea las políticas neoliberales que se aplicaron a rajatabla en ambos lados del Atlántico.

La semana pasada el partido Conservador Británico en su Congreso en Birmingham  tomó un giro populista, donde se hicieron explícitas consignas dominadas por la xenofobia, el desprecio al inmigrante, la nostalgia de la Inglaterra imperial y las ideas más retrógradas en cabeza del ala dura del Brexit - Liam Fox, David Davis, Boris Johnson -  que salió fortalecida. Si Thatcher cimentó  un conservadurismo que exaltó el neoliberalismo, ahora May ha decidido refundarlo desde una visión  nacional populista. Ha señalado que el partido quiere alzarse “contra la visión cosmopolita de las élites, contra el espíritu libertario de la derecha y el socialismo de la izquierda”.


La consolidación de este tipo de populismo recrea épocas pasadas como los años 20 cuando surgieron condiciones para una gran conflagración.

Nobel de literatura para Bob Dylan



Por David Brooks, La Jornada 

Nadie sabe quién es aunque casi todos conocen su nombre, y rehúsa ser vocero de nadie aunque millones a lo largo de medio siglo le han dado la palabra, sin su literatura musical es imposible entender a este pueblo, y sus cantos rescatan para todos la ira y la tristeza, el amor y desamor, la indignación, la soledad y la solidaridad en este país.

Durante más de medio siglo dice que ha sido un trabajador con una herramienta. A los 22 años contó al famoso entrevistador Studs Terkel: mi vida es la calle en que camino; la música, la guitarra, es sólo mi herramienta, y que su trabajo no es más ni menos que el de alguien que hace pasteles, o que corta árboles o construye techos.

Dylan siempre es proclamado como la voz de la generación de protesta. Pero en su libro de memorias Chronicles-Volume One cuenta que cuando unos radicales en busca del "Príncipe de la Protesta" fueron a verlo a su casa, él tenía muy poco en común, y sabía aún menos, sobre una generación de la cual supuestamente yo era la voz.




Pocos artistas han tenido tanta influencia sobre la conciencia colectiva de este país. Su obra es parte integral de la narrativa nacional.

La noticia de que Dylan es el nuevo Premio Nobel de Literatura es un antídoto contra la cruda bajeza de esta coyuntura electoral en Estados Unidos. Sin embargo, el anuncio provocó el mismo debate que ha acompañado a este artista desde sus inicios, de que no es quien debería ser. Fue primero elogiado como una nueva voz del folk, sólo para interrumpirla con una guitarra eléctrica y un giro hacia el rock; fue declarado la voz de la generación de los sesenta, pero sigue siendo un músico contemporáneo que rehúsa ser voz de nadie; ha intentado de mil maneras escapar de las definiciones impuestas, y durante años persiste la controversia sobre si la obra de Dylan es literatura o no, y si no habían escritores más merecedores que alguien tan ronco y sin pretensiones intelectuales, alguien que apenas habla. 

¿No eres de esos que creen que Dylan es un poeta, ¿verdad?, preguntó Gore Vidal en una entrevista con La Jornada hace varios años. Hoy varios expresaron alguna versión de esto, pero todos, aunque rehúsen confesarlo, en algún rincón de su cabeza están murmurando, silbando o cantando la literatura de Dylan. En sus primeros años de artista, Dylan escribió sobre las inquietudes y furias de la generación de los sesenta, desde el movimiento antiguerra hasta los derechos civiles, y fue parte integral de la ruta sonora de lo que se llamaba la contracultura, de los que se dedicaron a romper las convenciones. Fue inmediato, pero no se atoró en la inmediatez. 

Su literatura musical nació radical, y su héroe (una vez dijo que era mi primer y mi último héroe) fue el legendario cantautor radical Woody Guthrie, a quien vino a conocer en Nueva York poco antes de su muerte. Varias de sus canciones se volvieron himnos de los movimientos sociales de los sesenta: Blowin’ in the WindThe Times They are a’ Changin’A Hard Rain is Going to Fall , entre otras. Se escuchaban en cafés y cantinas, en asambleas, mítines y manifestaciones. Siguen vigentes todas hoy día. De repente se escuchan entre niños, o entre veteranos de demasiadas luchas sociales, o algunos que están apenas aprendiendo sobre la historia reciente de su propio país.

La furia antiguerra de Masters of War (Maestros de Guerra, ver versión de Eddie Vedder) o With God on Our Side sigue, casi medio siglo después, tristemente vigente.

Dylan fue un príncipe poético del reino insurgente de música del Greenwich Village en Nueva York, un movimiento que tendría impacto nacional e internacional, donde desde muy joven sus canciones fueron interpretadas por músicos desde Jimi Hendrix, Joan Baez, The Band, The Byrds, Nina Simone y Johnny Cash, entre tantos más. Su influencia fue fundamental para una diversidad de músicos, desde Pet Townshend de The Who a Lou Reed, Patti Smith, David Bowie, Bruce Springsteen, Pearl Jam, Ani DiFranco, entre incontables más.

Pero no se quedó ahí, sino que atravesó por gran universo de géneros, empezando con el folk pero pasando por el rock, country, blues, gospel y, hace poco años, hasta música de la era de Sinatra. Dylan no ha dejado de moverse, jamás ha quedado atrapado en el pasado.

En un discurso al aceptar un premio en 2015, recordó que su primer productor le advirtió que “no había precedente para lo que estaba haciendo, que estaba yo adelantado para mi tiempo… o atrasado”, y que si eso era cierto, el público tardaba de tres a cinco años en alcanzarlo, pero el problema era que cuando el público me alcanzaba, yo ya estaba tres a cinco años más adelante; entonces se complicaban las cosas.

Comentó que “estas canciones mías las veo como obras de teatro de misterio, como las que Shakespeare veía cuando estaba creciendo… Estaba en los márgenes antes, y creo que están en los márgenes ahora. Y suenan como a que han recorrido un duro camino”. Explicó que sus canciones no brotan de la nada, sino que “todo salió de la música tradicional: música tradicional folk, rocanrol tradicional y música de big band…. Todas estas canciones están conectadas, que no los engañen. Simplemente abre una puerta diferente, de una manera diferente; nada más es diferente, pero dice lo mismo”.

Celebró a “artistas radicales que cimbraron la esencia misma de la humanidad… Radicales hasta el tuétano [que hacen] canciones que te llegan hasta los huesos….”.

Dylan es un camaleón, disfrazado pero siempre de sí mismo; jamás pretende ser otro. A sus 75 años de edad sigue en gira de conciertos, grabando, y escribiendo. Su voz a veces reaparece, a veces no. A veces canta de cosas místicas, otras de la vida de un obrero o de repente resucita algo viejo. Nunca se sabe.

Por alguna razón, preferiblemente misteriosa (para evitar algún análisis académico), Dylan da voz a los anónimos perdidos en el sueño/pesadilla estadounidense. A pesar de que rehúsa ser vocero, sus palabras revelan tanto una historia contemporánea individual y colectiva de este pueblo, como las grandes tensiones de una vida durante un día. Canta-cuenta historias. El nuevo premio Nobel es único o, como escribió Ann Powers en el New York Times hace años: En verdad no había necesidad de otros Dylans, porque Dylan siempre se ha renovado a sí mismo.


sábado, 8 de octubre de 2016

Demostrar que sí es verdad que el 99% de los colombianos queremos la paz



La tabla de salvación después del apretado resultado del plebiscito para refrendar el Acuerdo Final de la Habana no fue decir que el país quedó dividido en dos, como lo ha estado desde hace mucho tiempo, sino decir que todos queremos la paz, a pesar de que ganó el no. Esto lo entiendo porque era la única salida política posible luego de un resultado que representa una verdadera debacle para el futuro de la paz en Colombia. Los más sensatos, como el Senador Robledo del Polo Democrático, salieron a pedirle a los jefes del sí y del no, al presidente Santos y al senador Uribe,  que se sienten a concertar una salida para tamaño fiasco, uno que difícilmente entiende la comunidad internacional o que quizás lo entendió demasiado bien.

Nada más político y calculado que el Premio Nobel otorgado al Presidente Santos a los pocos días de haber ganado el no por menos de un punto porcentual del total de la votación. Le están mandando un mensaje al país muy directo: o  arreglan o arreglan. Y el reto no es nada fácil de cumplir. Casi seis años se demoraron las negociaciones de paz hasta su firma, pasando por su fase exploratoria para llegar al acuerdo general con sus seis puntos y luego casi cuatro negociándolos. Ahora tiene que ocurrir casi un milagro para que bajo la presión del cese al fuego bilateral, se llegue a unos puntos concretos y factibles para supuestamente mejorar el Acuerdo Final.

Y aquí está en juego el interés más caro de la nación: el fin de un conflicto armado de cinco décadas pero también otros más mezquinos como la contienda por el poder de 2018. El balón, por lo pronto, está en manos de los jefes del no, principalmente del Centro Democrático, y de las FARC-EP, por supuesto, que tiene que considerar abrir un nuevo espacio a la negociación y reconsiderar posiblemente su status en el postconflicto.  Colocar exigencias por encima de la realidad, como es pedir cárcel para todos los delitos cometidos por los ex combatientes de las FARC-EP, es algo así como  colocarle una talanquera infranqueable al proceso de paz. El pulso es delicado: cuánto ceder y cuánto exigir.

No es tampoco dable que por la sola presión de los marchantes y de las protestas quede ratificado el Acuerdo Final de la Habana, como muchos de los que votaron por el sí creen ingenuamente. Desafortunadamente, el resultado del plebiscito es uno dado por un mecanismo de democracia directa y la sentencia de la Corte fue definitoria y ya incluso los jefes del sí, reconocieron que era un resultado legítimo.  Nadie en la comunidad internacional tiene los argumentos jurídicos para desconocer el resultado. Lo mismo ocurrió con el Brexit. Es cierto que el plebiscito es un mecanismo difícil ya que busca que la ciudadanía responda a una sola pregunta sobre un asunto tan complejo como es el acuerdo final de un conflicto de 297 páginas,  es cierto que hubo una abstención enorme y que la campaña fue demasiado corta, con desinformación y no exenta de manipulación.


No queda más remedio que confiar en que se dé un poco de sensatez e inteligencia política para interpretar correctamente el reto histórico del momento. Hay que dejar de lado la mezquindad, el deseo revanchista, y demostrar en los hechos que es verdad que el 99% de los colombianos sí queremos la paz, a pesar de todo.