La tabla de salvación después del apretado resultado del
plebiscito para refrendar el Acuerdo Final de la Habana no fue decir que el
país quedó dividido en dos, como lo ha estado desde hace mucho tiempo, sino
decir que todos queremos la paz, a pesar de que ganó el no. Esto lo entiendo
porque era la única salida política posible luego de un resultado que
representa una verdadera debacle para el futuro de la paz en Colombia. Los más
sensatos, como el Senador Robledo del Polo Democrático, salieron a pedirle a
los jefes del sí y del no, al presidente Santos y al senador Uribe, que se sienten a concertar una salida
para tamaño fiasco, uno que difícilmente entiende la comunidad internacional o
que quizás lo entendió demasiado bien.
Nada más político y calculado que el Premio Nobel otorgado
al Presidente Santos a los pocos días de haber ganado el no por menos de un
punto porcentual del total de la votación. Le están mandando un mensaje al país
muy directo: o arreglan o
arreglan. Y el reto no es nada fácil de cumplir. Casi seis años se demoraron
las negociaciones de paz hasta su firma, pasando por su
fase exploratoria para llegar al acuerdo general con sus seis puntos y luego casi
cuatro negociándolos. Ahora tiene que ocurrir casi un milagro para que bajo la
presión del cese al fuego bilateral, se llegue a unos puntos concretos y
factibles para supuestamente mejorar el Acuerdo Final.
Y aquí está en juego el interés más caro de la nación: el
fin de un conflicto armado de cinco décadas pero también otros más mezquinos
como la contienda por el poder de 2018. El balón, por lo pronto, está en manos
de los jefes del no, principalmente del Centro Democrático, y de las FARC-EP,
por supuesto, que tiene que considerar abrir un nuevo espacio a la negociación y
reconsiderar posiblemente su status en el postconflicto. Colocar exigencias por encima de la
realidad, como es pedir cárcel para todos los delitos cometidos por los ex
combatientes de las FARC-EP, es algo así como colocarle una talanquera infranqueable al proceso de paz. El
pulso es delicado: cuánto ceder y cuánto exigir.
No es tampoco dable que por la sola presión de los
marchantes y de las protestas quede ratificado el Acuerdo Final de la Habana,
como muchos de los que votaron por el sí creen ingenuamente.
Desafortunadamente, el resultado del plebiscito es uno dado por un mecanismo
de democracia directa y la sentencia de la Corte fue definitoria y ya incluso
los jefes del sí, reconocieron que era un resultado legítimo. Nadie en la comunidad internacional
tiene los argumentos jurídicos para desconocer el resultado. Lo mismo ocurrió
con el Brexit. Es cierto que el plebiscito es un mecanismo difícil ya que busca
que la ciudadanía responda a una sola pregunta sobre un asunto tan complejo
como es el acuerdo final de un conflicto de 297 páginas, es cierto que hubo una abstención
enorme y que la campaña fue demasiado corta, con desinformación y no exenta de
manipulación.
No queda más remedio que confiar en que se dé un poco de
sensatez e inteligencia política para interpretar correctamente el reto
histórico del momento. Hay que dejar de lado la mezquindad, el deseo
revanchista, y demostrar en los hechos que es verdad que el 99% de los
colombianos sí queremos la paz, a pesar de todo.
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