Por David Brooks, La Jornada
Nadie sabe quién es aunque casi todos conocen su nombre, y
rehúsa ser vocero de nadie aunque millones a lo largo de medio siglo le han
dado la palabra, sin su literatura musical es imposible entender a este pueblo,
y sus cantos rescatan para todos la ira y la tristeza, el amor y desamor, la
indignación, la soledad y la solidaridad en este país.
Durante más de medio siglo dice que ha sido un trabajador con una herramienta.
A los 22 años contó al famoso entrevistador Studs Terkel: mi vida es la calle
en que camino; la música, la guitarra, es sólo mi herramienta, y que su trabajo
no es más ni menos que el de alguien que hace pasteles, o que corta árboles o
construye techos.
Dylan siempre es proclamado como la voz de la generación de protesta. Pero en
su libro de memorias Chronicles-Volume One cuenta que cuando unos
radicales en busca del "Príncipe de la Protesta" fueron a verlo a su
casa, él tenía muy poco en común, y sabía aún menos, sobre una generación de la
cual supuestamente yo era la voz.
Pocos artistas han tenido tanta influencia sobre la conciencia colectiva de
este país. Su obra es parte integral de la narrativa nacional.
La noticia de que Dylan es el nuevo Premio Nobel de Literatura es un antídoto
contra la cruda bajeza de esta coyuntura electoral en Estados Unidos. Sin
embargo, el anuncio provocó el mismo debate que ha acompañado a este artista
desde sus inicios, de que no es quien debería ser. Fue primero elogiado como
una nueva voz del folk, sólo para interrumpirla con una guitarra eléctrica y un
giro hacia el rock; fue declarado la voz de la generación de los sesenta, pero
sigue siendo un músico contemporáneo que rehúsa ser voz de nadie; ha intentado
de mil maneras escapar de las definiciones impuestas, y durante años persiste
la controversia sobre si la obra de Dylan es literatura o no, y si no habían
escritores más merecedores que alguien tan ronco y sin pretensiones intelectuales,
alguien que apenas habla.
¿No eres de esos que creen que Dylan es un poeta, ¿verdad?,
preguntó Gore Vidal en una entrevista con La Jornada hace varios años. Hoy
varios expresaron alguna versión de esto, pero todos, aunque rehúsen
confesarlo, en algún rincón de su cabeza están murmurando, silbando o cantando
la literatura de Dylan. En sus primeros años de artista, Dylan escribió sobre
las inquietudes y furias de la generación de los sesenta, desde el movimiento
antiguerra hasta los derechos civiles, y fue parte integral de la ruta sonora
de lo que se llamaba la contracultura, de los que se dedicaron a romper las
convenciones. Fue inmediato, pero no se atoró en la inmediatez.
Su literatura
musical nació radical, y su héroe (una vez dijo que era mi primer y mi último héroe)
fue el legendario cantautor radical Woody Guthrie, a quien vino a conocer en
Nueva York poco antes de su muerte. Varias de sus canciones se volvieron himnos
de los movimientos sociales de los sesenta: Blowin’ in the Wind, The
Times They are a’ Changin’, A Hard Rain is Going to Fall , entre
otras. Se escuchaban en cafés y cantinas, en asambleas, mítines y
manifestaciones. Siguen vigentes todas hoy día. De repente se escuchan entre niños,
o entre veteranos de demasiadas luchas sociales, o algunos que están apenas
aprendiendo sobre la historia reciente de su propio país.
La furia antiguerra de Masters of War (Maestros de Guerra, ver versión de
Eddie Vedder) o With God on Our Side sigue, casi medio
siglo después, tristemente vigente.
Dylan fue un príncipe poético del reino insurgente de música del Greenwich
Village en Nueva York, un movimiento que tendría impacto nacional e
internacional, donde desde muy joven sus canciones fueron interpretadas por músicos
desde Jimi Hendrix, Joan Baez, The Band, The Byrds, Nina Simone y Johnny Cash,
entre tantos más. Su influencia fue fundamental para una diversidad de músicos,
desde Pet Townshend de The Who a Lou Reed, Patti Smith, David Bowie, Bruce
Springsteen, Pearl Jam, Ani DiFranco, entre incontables más.
Pero no se quedó ahí, sino que atravesó por gran universo de géneros, empezando
con el folk pero pasando por el rock, country, blues, gospel y, hace poco años,
hasta música de la era de Sinatra. Dylan no ha dejado de moverse, jamás ha
quedado atrapado en el pasado.
En un discurso al aceptar un premio en 2015, recordó que su primer productor le
advirtió que “no había precedente para lo que estaba haciendo, que estaba yo
adelantado para mi tiempo… o atrasado”, y que si eso era cierto, el público
tardaba de tres a cinco años en alcanzarlo, pero el problema era que cuando el
público me alcanzaba, yo ya estaba tres a cinco años más adelante; entonces se
complicaban las cosas.
Comentó que “estas canciones mías las veo como obras de teatro de misterio,
como las que Shakespeare veía cuando estaba creciendo… Estaba en los márgenes
antes, y creo que están en los márgenes ahora. Y suenan como a que han
recorrido un duro camino”. Explicó que sus canciones no brotan de la nada, sino
que “todo salió de la música tradicional: música tradicional folk, rocanrol
tradicional y música de big band…. Todas estas canciones están conectadas, que
no los engañen. Simplemente abre una puerta diferente, de una manera diferente;
nada más es diferente, pero dice lo mismo”.
Celebró a “artistas radicales que cimbraron la esencia misma de la humanidad…
Radicales hasta el tuétano [que hacen] canciones que te llegan hasta los huesos….”.
Dylan es un camaleón, disfrazado pero
siempre de sí mismo; jamás pretende ser otro. A sus 75 años de edad sigue en
gira de conciertos, grabando, y escribiendo. Su voz a veces reaparece, a veces
no. A veces canta de cosas místicas, otras de la vida de un obrero o de repente
resucita algo viejo. Nunca se sabe.
Por alguna razón, preferiblemente misteriosa (para evitar algún análisis académico),
Dylan da voz a los anónimos perdidos en el sueño/pesadilla estadounidense. A
pesar de que rehúsa ser vocero, sus palabras revelan tanto una historia
contemporánea individual y colectiva de este pueblo, como las grandes tensiones
de una vida durante un día. Canta-cuenta historias. El nuevo premio Nobel es único
o, como escribió Ann Powers en el New York Times hace años: En verdad
no había necesidad de otros Dylans, porque Dylan siempre se ha renovado a sí mismo.
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