Historias de la realidad o la realidad de las historias

sábado, 12 de febrero de 2022

La parálisis en el comercio y la producción: corto circuito o colapso del capitalismo global



La promoción sin medida de los  intercambios globales de bienes, servicios y capitales sobre aquellos de carácter nacional o regional junto al libre comercio han sido  objetivos fundamentales de la globalización neoliberal. “Esta interconexión máxima del mundo parecía que nos daba mucha resiliencia y mucha capacidad de adaptación, pero lo que estamos viviendo ahora demuestra más bien todo lo contrario”, afirma el investigador y activista español Luis González Reyes, miembro de Ecologistas en Acción y autor del libro La Espiral de la Energía en una entrevista.  

La pandemia activó el efecto dominó sacando a la luz las falencias más profundas del sistema global, ahora la mayoría de países están adoptando medidas que frenan la globalización por razones de seguridad nacional y el proteccionismo está en la mira. La combinación de cierres intermitentes en fábricas, puertos y almacenes en todo el mundo y la creciente demanda ha desquiciado el sistema de suministro global. Los costos de transporte se han disparado, y los puertos y almacenes han experimentado acumulaciones de mercancías que esperan para ser enviadas a otro lugar, mientras que en otras partes de la cadena de suministro se ven obstaculizadas por la escasez.

El artículo How the Supply Chain Crisis Unfolded  publicado en The New York Times describe bien como  se desató la crisis de los suministros. Esta se inició con un bajón de la producción en razón de los confinamientos y restricciones ordenadas por los gobiernos para contener  el coronavirus que resultó en despidos masivos de trabajadores. Con menos mercancías y menos salarios pagados, las empresas manufactureras y las compañías navieras asumieron que la demanda decrecería lo cual no ocurrió. Simplemente los consumidores empezaron a comprar por Internet más bienes durables en lugar de gastar en entretenimiento y restaurantes. Y en el caso de Estados Unidos  y Europa los cuantiosos paquetes de estímulos y los  cheques pagados a los hogares hicieron que efectivamente creciera la demanda de manera que se saturaron sus puertos y se incrementaron  los fletes marítimos. 

Al mismo tiempo se desencadenó  la crisis de los contenedores. China, que además de ser el principal productor de mascarillas y batas y otros implementos de protección sanitaria, alberga un tercio de la producción manufacturera global, se dedicó a distribuir en sus buques  de carga equipos de protección en todo el mundo quedándose cortos de contenedores. 

Los contenedores no reclamados se apilaron en varios puertos del mundo  por falta de conductores de camiones. Ello está causando que los grandes almacenes se encuentren vacíos, pero más aún sin poder tener una fecha de cuándo recibirán sus próximos pedidos y abastecer a la demanda, llevando a las  tasas de inventario más bajos de la historia. 

Los empleadores  empezaron a encontrar dificultades para contratar personal. Pero algo sorprendente es que muchos trabajadores están renunciando o son reacios a regresar a sus trabajos anteriores y seguir tolerando malas condiciones laborales como lo indica  Paul Krugman en el artículo  The Revolt of the American Worker 

De manera que la escasez de una cosa resultó en la escasez de otra. Así, la falta de chips semiconductores resultó en la reducción de la producción de computadores, carros y dispositivos médicos y electrónicos. La falta de materias primas y componentes básicos se extiende a todos los sectores y va mucho más allá de los chips semiconductores.

La especialización y el modelo basado en el outsourcing o tercerización colapsaron. “Existe una gran especialización territorial en distintas producciones y cuando sobre esos territorios se producen situaciones específicas de imposibilidad de aumento de la oferta esto arrastra a todo lo demás”, explica González Reyes.  Una computadora ensamblada en China puede requerir un chip fabricado en Taiwán o Malasia, una pantalla plana de Corea del Sur y docenas de otros dispositivos electrónicos extraídos de todo el mundo, que requieren productos químicos especializados de otras partes de China o Europa, de manera que recomponer la cadena de producción no es tan fácil.

Bajo el modelo de manufactura just in time o justo a tiempo, las fábricas almacenan la menor cantidad posible de materias primas y piezas, es decir, mantienen inventarios ajustados.  Durante años algunos expertos han advertido que la economía global depende demasiado de la producción ajustada y de fábricas lejanas, expuestas a shocks externos como el inusitado crecimiento de la demanda.

Ahora hay consenso en que las empresas y gobiernos priorizarán la seguridad y la accesibilidad en los suministros frente a los costes. Es decir unas de cadenas de suministro más cortas, menos complejas y menos concentradas.

 “Pero es la crisis energética la que se dibuja como el mayor peligro para la economía y la estabilidad del mundo postcovid. En un año, el precio del gas se ha multiplicado por cinco, el del petróleo se ha duplicado y el precio del carbón ha alcanzado el nivel más alto de los últimos 13 años”, asegura Luis González Reyes. 

El aumento del precio de la energía y otros materiales se ha trasladado rápidamente a toda la economía y se ha traducido en índices de inflación que no se veían desde hace décadas en todos los países. 

El Fondo Monetario Internacional en su último Informe Económico Mundial, anunció que la desaceleración en las dos economías más grandes del mundo, Estados Unidos y China, será  mayor de lo esperado en 2022, arrastrando la producción en todos los continentes y reduciendo el crecimiento global.  ¿Estamos ante un escenario de estanflación? Entretanto los economistas no se ponen de acuerdo sobre el boom  económico  estadounidense o sobre cómo manejar la inflación. 

La manera sobre cómo se desenvolverá en el mediano y largo plazo este shock de la oferta con inflación donde unos factores se refuerzan con otros es incierta y seguramente traerá muchos traumatismos, puede tener implicaciones en la forma como está organizado el capitalismo actual. 

González Reyes sostiene que: "Ya no volverá la estabilidad y tranquilidad del siglo XX”(...)“Más allá de que algunos de estos acontecimientos impredecibles y “que antes parecían imposibles” sean más o menos coyunturales, hay algo que ha llegado para quedarse. Yo no diría que va a acabar con el capitalismo, pero a lo mejor sí con el capitalismo global". 


viernes, 4 de febrero de 2022

Pandemia, crisis neoliberal y Estado-nación: tres claves en el debate actual



Las secuelas que ha dejado la globalización neoliberal son a la vez terribles y elocuentes: las ganancias históricas de los trabajadores entraron  en franco retroceso,  el extremismo político floreció,  la polarización económica y social se agudizó, las naciones y las sociedades van a camino a la desintegración,  las guerras étnicas, religiosas e imperialistas proliferan y las ideologías extremas, míseras y mediocres están diluyendo  la compasión y destruyendo el significado de la responsabilidad ciudadana y propiciando un entorno muy difícil para los gobernantes. La lección aprendida mas no suficientemente asimilada todavía es que los mercados desregulados son peligrosamente inestables y en últimas económicamente ineficientes.  

El profesor emérito Manfred Bienefeld de la universidad Carleton en Otawa,  donde estudié mi maestría en Administración Pública, me ha dicho en sus últimas misivas que sus peores temores se están haciendo realidad, posiblemente la globalización haya llegado demasiado lejos y que los profetas de la barbarie podrían tener  algo de razón. 

Su tesis principal sostiene que los mercados deben estar integrados social y políticamente a marcos institucionales  capaces de manejar las tendencias centrífugas de los mercados.  Pero si se deja que el capitalismo global erosione a los estados nacionales encargados de estas funciones,  los ciudadanos perderán la fe en ellos y el mundo se tornará cada vez más conflictivo y acudirán a la religión, la raza y la identidad para encontrar un sostén a sus vidas. La cohesión social, la estabilidad política y el bienestar humanos se construyen más fácilmente cuando los contribuyentes creen en las instituciones porque  perciben beneficios tangibles gracias a que los estados nacionales tienen la capacidad de manejar procesos económicos  en torno a  un amplio propósito social común. 

El profesor Bienefeld, un economista keynesiano,  nos recordaba siempre  que otros mundos son posibles y que el capitalismo ha tenido mejores épocas,  en especial el período de la segunda posguerra cuando en respuesta al  crack del 29 -por la excesiva liberalización económica de los años veinte -, se instauraron las políticas del New Deal y el estado de bienestar surgió y los gobiernos socialdemócratas florecieron en muchos países del mundo, constituyéndose en la época de mayor estabilidad de los mercados financieros donde también imperaba un pacto social entre patronos y trabajadores. 

Las reglas y regulaciones de las instituciones diseñadas para proteger el capitalismo global, que sirven a ciertos intereses específicos financieros y corporativos a expensas de la mayoría, tienen un carácter político: la globalización neoliberal no es un resultado de avances tecnológicos -como nos lo han hecho creer los neoliberales para convencernos de que es inevitable e irreversible -sino de recetas de políticos y economistas de derecha.  

Entender la globalización como un resultado político es importante para poder corregir  el desmadre que nos ha dejado. Las soluciones no van a venir de parte de instituciones internacionales ni de instancias supranacionales sino de parte de  los estados nacionales soberanos: un nacionalismo positivo y constructivo, capaz de funcionar dentro de un marco social y político definido democráticamente que refleje  objetivos sociales, políticos, culturales, éticos y ambientales.  

Estas reminiscencias las traigo a colación porque el debate está abierto nuevamente. El tsunami de la pandemia de la Covid-19, tras cuarenta años de pesadilla  neoliberal, cogió aún a las economías occidentales más ricas impreparadas y con sistemas de salud frágiles. De hecho, la pandemia ha obligado a la mayoría de gobiernos a intervenir sus economías, rompiendo el paradigma del libre mercado y  quedando demostrado que las ONG, las compañías multinacionales y los organismos internacionales son en esencia insuficientes para combatir una crisis sistémica. 

Hasta los inversionistas lo dicen: "Los gobiernos ya no tienen otra opción, deben intervenir masivamente no solo en los mercados, sino sobre todo en la economía real para evitar un escenario de desastre al estilo de los años treinta", admite Yves Bonzon, director de inversiones de Julius Baer".  

Es más, las medidas adoptadas para manejar la crisis sanitaria y reactivar las economías  comprenden  intervenciones de Estado con una clara intención proteccionista con implicaciones de largo plazo. 

El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, ha impulsado  una gran expansión del gasto público en programas sociales, infraestructura y la transición a una economía verde. Y quién se iba a imaginar que el comercio internacional se paralizaría por una crisis logística y de suministros. La pandemia cambió abruptamente la dinámica de las cadenas globales de valor desafiando la lógica de integración global de la producción y el suministro.  

Cuando golpeó la covid en 2020, el primer reflejo de las autoridades a ambos lados del Atlántico fue la de proteger al capital. Pero a diferencia de 2009, la generosidad monetaria estuvo respaldada por un gasto público basado en un endeudamiento sin precedentes: adios a la austeridad. 

Es más, el profesor de Harvard, Dani Rodrik en el artículo para PS de septiembre de 2021 Aprendiendo las lecciones correctas de la experimentación económica de EE. UU dice que: 

“La conversación sobre política económica en los Estados Unidos se ha transformado completamente en el espacio de unos pocos años. El neoliberalismo, el Consenso de Washington, el fundamentalismo de mercado, llámelo como quiera, ha sido reemplazado por algo muy diferente". 

Efectivamente:  se prefiere sobreestimular la economía sobre la austeridad, se discute  un impuesto global para las corporaciones multinacionales, la política industrial está de regreso, se habla de buenos empleos y de empoderar a los trabajadores y sindicatos, las plataformas tecnológicas se ven como monopolios, la política comercial busca salvaguardar las cadenas de suministro nacionales. 

Aunque el entusiasmo por el libre mercado ha disminuido entre los economistas, no ha habido desarrollos programáticos al estilo del keynesianismo o del conservadurismo de Friedman, y esto es mejor pues cada país debe tomar medias políticas y económicas de acuerdo a sus circunstancias, concluye Dani Rodrik.  

No obstante, los gobiernos, aún los progresistas que están ensayando nuevos remedios,  no pueden eludir las contradicciones generadas  por la globalización neoliberal y aparentemente tampoco los problemas surtidos  del lado oscuro de la naturaleza humana. Así, por ejemplo, el crecimiento descomunal de la deuda global va a desestabilizar  eventualmente a los sistemas financieros y los bancos centrales van a ser menos capaces de amortiguar  sus graves  consecuencias. Dice el sociólogo alemán Wolfang Streeck, autor de ¿Cómo terminará el capitalismo? Ensayos sobre un sistema en decadencia, (2014), que el sector financiero se ha convertido  en un gobierno privado internacional que disciplina a las comunidades políticas nacionales y a sus gobiernos públicos, sin tener que rendir cuentas democráticamente a nadie. 

Es imposible predecir el futuro, pero con toda certeza la destorcida neoliberal, ahora aupada por el tsunami de la pandemia y en medio de un creciente militarismo, representa muchos desafíos para todos: las sociedades fracturadas, las economías desequilibradas,  los líderes que buscan el cambio y los atribulados gobiernos.






viernes, 28 de enero de 2022

Los hechos hablan pero las historias venden

 




La crisis de la globalización también conlleva una profunda crisis  de la manera de hacer  política y de las ideologías. Como los mercados determinaron la política y los estadistas se han sometido  a su designio, a falta de programas e ideas concretas de cambio,  los líderes y las campañas electorales necesitan contenidos, la historia del día, -the line of the day- relatos fabricados por estrategas de la comunicación  que pueden peligrosamente reemplazar la realidad. 

Según el ensayista francés Christian Salmon, autor de Storytelling: la máquina de fabricar  historias y formatear las mentes 2007 p. 120, el arte del relato “es una operación más compleja de lo que se podría creer a primera vista: no se trata sólo de “contar historias” a los asalariados, de ocultar la realidad con un velo de ficciones engañosas, sino también de compartir un conjunto de creencias capaces de suscitar la adhesión o de orientar los flujos de emociones; en resumen, de crear un mito colectivo constructivo”. Es decir, el sentido de las historias que nos cuentan viene dado y muy acotado para que no lo cambiemos. 

Ron Suskind, autor de varias investigaciones sobre las comunicaciones en la Casa Blanca, escribió un artículo para The New York Times en 2002 donde relata cómo fue duramente espetado por un asesor de Bush, presumiblemente Karl Rove,  unos meses antes  de la guerra de Irak, así:

“Usted cree que las soluciones emergen de su juicioso análisis de la realidad observable. (…)  El mundo ya no funciona realmente así. Ahora somos un imperio, prosiguió, y cuando actuamos creamos nuestra propia realidad. Y mientras usted estudia esa realidad, juiciosamente como desea, actuamos nuevamente y creamos   otras realidades nuevas”. 

El artículo tuvo tal impacto que en respuesta se creó "la comunidad basada en la realidad" en la Web. Al hablar de ‘la derrota del empirismo’, Suskind puso el dedo en la llaga, “que consiste en delimitar la deliberación, el control, la búsqueda de hechos, la investigación sobre el terreno” en el periodismo. Y en esto los nuevos medios de información electrónica que suministran noticias al instante, favorecen una versión anecdótica de los acontecimientos, contribuyendo como nunca a enturbiar la frontera entre la realidad y la ficción, reitera Salmon.  

Los líderes  populistas que se han puesto de moda, efectivamente hablan de sí mismos, de su historia personal y deben ser por naturaleza contadores de historias. En sus discursos siempre se presentan como outsiders, es decir, como alguien que viene “de afuera”, incontaminado por los vicios de los partidos políticos  o el establecimiento  y que se ha visto casi forzado a entrar en la política debido a la indignación moral que el sufrimiento del pueblo y la traición de la élite le generan, impulsados por un deseo de servir al pueblo.  A diferencia tanto del liberalismo como del marxismo, el populismo no plantea un horizonte futuro de superación de la división posible entre pueblo y élite, es decir que el mito populista no es emancipador sino redentor.

En el caso del populismo de izquierda, el antagonismo está dirigido hacia arriba, es decir, hacia una élite económica-social.  En contraposición, en el populismo de derecha de por ejemplo Donald Trump y Marine Le Pen, el antagonismo está dirigido hacia abajo: hacia inmigrantes, minorías étnicas y mujeres principalmente. Se trata de una estrategia racional a fin de contar siempre con un público leal.  En el discurso populista la referencia a la emoción es abierta y constante.

El profesor de periodismo de la Universidad de Columbia, Evan Cornog, asegura que en las campañas electorales de Estados Unidos: “es la batalla de las historias, y no el debate sobre las ideas, lo que determina como los norteamericanos reaccionarán en una competición electoral”. El ejemplo reciente más dramático fue la elección de Donald Trump con su discurso populista anti-establecimiento, siendo él el más fiel representante del mismo. 

En   razón de la profunda crisis que viven las democracias, el electorado percibe a la corrupción como el problema principal. Lo fue en la campaña presidencial de 2018 en Colombia y lo es  en la campaña  actual. 

La campaña del ingeniero Rodolfo Hernández,  ha  logrado canalizar desde las redes sociales el rechazo a las maquinarias  partidistas corruptas. Para construir su discurso, su historia, el  ex alcalde de Bucaramanga contrató al  asesor político español Víctor López, quien ayudó a Nayib Bukele a llegar a la presidencia de El Salvador y es reconocido por sus estrategias a través de las redes sociales. López aseguró en una  entrevista con El Comercio,  que las ideologías (izquierda, derecha...) no llaman la atención del votante sino las personas como tal que se postulan. Y es que siguiendo ese hilo de ideas, Hernández, desde que se lanzó como candidato presidencial, decidió hacerlo avalado por firmas ciudadanas y alejado de los partidos políticos y sigue insistiendo en eso al también haber rechazado participar en las consultas de las diferentes coaliciones políticas. Y está teniendo éxito en comparación con otras campañas que también tienen a la corrupción y el clientelismo en la mira. 


Recomiendo el podcast A Fondo de María Ximena Duzán: El viejito tiktoker que podría ser presidente de Colombia.


domingo, 23 de enero de 2022

Movimientos identitarios: falta de imaginación, dice Caparros

 


Dice el cronista Martín Caparros que “Los movimientos identitarios son la imaginación de una época sin imaginación”, pues parten de lo que somos y no de lo que quisiéramos ser.  Sostiene que  los últimos 200 años se caracterizan por ser  la historia de la construcción de la diferencia para convencerte de que eres diferente al tipo de enfrente.  (Martín Caparros, podcast Paredro de octubre  de 2021 sobre su libro Ñamérica)

La pregunta clave  es:  ¿qué nos une?  ¿En qué radica un proyecto de  verdadero cambio hacia el futuro?

Dice Caparros que nos correspondió vivir una época sin proyecto de futuro. Pasa en todo el mundo pero más aquí en Ñamérica.   Hay épocas que lo tienen y otras que no y  los tiempos históricos son largos. En la actualidad, vemos el futuro no como una promesa sino como amenaza. 

Vivimos un período caracterizado por muchos estallidos sociales,  momentos de cólera  que no construyen. Hay mucho descontento y mucha gente que sale a la calle a protestar pero no hay un proyecto de sociedad que haya cristalizado aún, no hay una idea que haya tomado fuerza suficiente como para abanderar a toda una sociedad.  También son tiempos de conflictos religiosos, nacionalistas  y étnicos muy divisivos.  

Es importante señalar que junto con los movimientos identitarios se desplegó el enfoque diferencial, el cual  se originó en parte en virtud de  la globalización neoliberal. La focalización de los subsidios y ayudas para  las poblaciones denominadas vulnerables, bajo argumentos de eficiencia, reemplazaron a las viejas políticas  públicas de cobertura nacional propias del Estado de Bienestar.  En adelante, con un enfoque de derechos  diferenciados se crearon instituciones, leyes, instancias de participación y  acciones afirmativas para satisfacer derechos identitarios y no de los ciudadanos en general: mujeres, jóvenes, infancia, ancianos, población LGBTI, indígenas, etc.  La no discriminación se volvió bandera política y  todo el mundo entró en el juego.  

Una de las limitaciones del enfoque diferencial es que lo acompaña un exceso de corrección política, paralizante en la medida en que dificulta que se hable de muchas cosas y en particular de los problemas estructurales y nacionales que debemos resolver tomen nuevamente relevancia. Cada cual está  en lo suyo  sin una visión de país o de futuro y esta miopía  también incluye  a los  políticos. Así los populismos de un signo o de otro abundan hoy día con sus falsas pequeñas promesas. 

Presenciamos  campañas electorales carentes de propuestas de fondo, se intenta satisfacer  un poco a cada grupo,  pero los políticos no se atreven a hablar de un nuevo modelo de sociedad, de  cambios en el modelo de desarrollo imperante, ni de un proyecto de futuro, ni siquiera la vieja izquierda, ahora acorralada en propuestas supuestamente no polarizantes, estigmatizada por los fracasos de los llamados gobiernos del socialismo del siglo XXI, entre otras cosas porque  la mejoría  en la calidad de vida que se dio entre el 2000 y el  2015 no  cobijó en especial a  los países con  gobiernos izquierdistas.