El siglo XXI se ha caracterizado por el surgimiento
de una enorme industria globalizada en torno al arte, con estrechos nexos con
el mundo financiero, conexiones con galerías de nuevo tipo que ahora incluyen
los países emergentes y no sólo Europa y Estados Unidos y que se encargan de
promover un sin fin de artistas también de nuevo tipo, que facturan millones de
dólares. También hacen parte las
bienales que pasaron de alrededor de diez a doscientas, la mayoría de ellas
establecidas como promoción de ciudades.
Normalmente los artistas que quieren surgir exponen
primero en una galería antes de pasar a un museo o salón. Tanto los
coleccionistas como los artistas y las
back offices de las galerías se valen de Internet para mantenerse al tanto
de cuándo comprar la obra de un artista y por cuánto lo cual ha subido la
competencia entre artistas internacionales ante los ávidos coleccionistas que
viajan de un lugar a otro en sus aviones privados. Las casas de subastas como Sotheby’s y Christie’s y los marchantes de arte también
juegan un papel importante sosteniendo los absurdos precios del arte contemporáneo.
La galería que se impuso es la de comisión y funciona ahora de manera internacionalizada para cubrir varios mercados a la vez para lo que se han conformado redes de galerías. Lo museos públicos no se distinguen de los privados y se caracterizan ahora por ofrecer cada vez más exposiciones temporales que dependen del marketing y del branding y no tanto de exhibir una colección de arte significativa, preparada por expertos. Todo gira en torno a un mercado sin control y a la especulación tanto sobre el valor monetario como artístico de una multitud de artistas y sus obras. El arte se ha comercializado como nunca antes y ha creado burbujas como cualquier otra mercancía. Véase laburbuja del arte contemporáneo en youtube.
La galería que se impuso es la de comisión y funciona ahora de manera internacionalizada para cubrir varios mercados a la vez para lo que se han conformado redes de galerías. Lo museos públicos no se distinguen de los privados y se caracterizan ahora por ofrecer cada vez más exposiciones temporales que dependen del marketing y del branding y no tanto de exhibir una colección de arte significativa, preparada por expertos. Todo gira en torno a un mercado sin control y a la especulación tanto sobre el valor monetario como artístico de una multitud de artistas y sus obras. El arte se ha comercializado como nunca antes y ha creado burbujas como cualquier otra mercancía. Véase laburbuja del arte contemporáneo en youtube.
Con la globalización la concepción de arte cambia
tan radicalmente que podría considerarse un no arte. Hoy predominan los objetos
ready-made, el arte “VIP” -video, instalación, performance (ejecución o
actuación)- y el viejo y válido criterio según el cual una obra de arte debería
tener una factura y calidad estética se ha ido diluyendo en una serie de
creencias muy arraigadas hoy día pero también cuestionables.
El arte ha tenido significados tan diversos según el
contexto histórico que es imposible tener una definición única, no obstante
todo arte tiene un antecedente. El de hoy tiene raíces en las vanguardias
artísticas del siglo XX y en los objetos ready-made de Marcel Duchamp, quien se
alejó abruptamente de la pintura para presentar objetos de uso cotidiano,
extraídos de su contexto original, a los que les realizaba una modificación
mínima para presentarlos como arte, como es el caso del orinal, convertido en
fuente y por arte de magia en arte. Con esta transformación Duchamp cambió la
aproximación al arte sustancialmente de manera que son las ideas sobre el arte
lo que importa y no la obra misma. Es así como se pasó del arte retinal, el que
vemos y apreciamos, a un arte conceptual, donde lo que valoramos es lo que se
dice o interpretamos de la obra y no tanto la obra en sí. Es el comienzo de la
decadencia, para muchos.
La crítica de arte mexicana, Avelina Lésper, formula en su libro El fraude del arte contemporáneo,
publicado y lanzado por la Fundación Malpensante en Filbo de 2016, una serie de
dogmas o postulados críticos que aunque provocadores y simples, ilustran
bastante bien lo que se entiende por arte en la actualidad. Intentaré resumir
las ideas principales.
En primer lugar, está el dogma del concepto donde lo
que importa no es el objeto sino la transubstanciación del mismo como ocurrió
con el urinario de Duchamp. Dice Avelina que:
“Las obras, al carecer de un valor estético que las
justifique como arte, necesitan que se les adjudique un valor filosófico,
derivado por lo general de que en todas las obras hay una intención del artista
y esta es buena en el sentido moral”.
Lo que pesa en la obra no es su estética sino como
dice Joseph Kosuth, uno de los artistas más importantes en el desarrollo del
movimiento conceptual, “el peso de la idea en la constitución de la obra”. El
acto creativo radica en la elaboración de un comentario crítico sobre qué es
arte, más que en la construcción de una pieza, aunque ésta se requiera para
comunicarlo. Así, los valores de la obra, prácticamente no se pueden apreciar
estéticamente sino más bien de una manera intelectual o moral y de la
interpretación que le pueda dar el público. Dice Avelina que “Al convertirse el
arte en especulación retórica y teoría, al reducirlo a una construcción
discursiva, el artista deja su lugar de creador para entregárselo al teórico,
al curador. (…) Lo importante es quién la dirige, quién la teoriza y que estas
teorías sean la estructura de la obra”.
En segundo lugar, el arte contemporáneo depende en
muchos casos de su contexto o sea de la galería o el museo donde se exhibe para
poder existir a los ojos del público como arte. Las obras contemporáneas no
pueden verse sino en el museo, los objetos que allí se muestran no tienen
sentido en otro lugar.
En tercer lugar, el artista ya no importa: “si el
artista es el creador del arte y el arte ya no requiere de creación, entonces
tampoco requiere del artista”. Es decir que en el mundo del arte contemporáneo
cualquiera puede ser artista, ya que no hay realmente creación. En efecto,
apenas se necesita un poco de ingenio para hacer un ready-made, un performance o una instalación o como suele ocurrir
con artistas hoy mundialmente famosos, lo que prima es la copia sin original y
la manufactura en una fábrica.
Algunos artistas son un verdadero fraude. El nuevo
artista del tipo de Jeff Koons, quien antes de ser artista fue corredor de
bolsa en Wall Street, son más importantes sus habilidades de marketing que su
talento creativo, ya que no hacen sus obras sino que las mandan hacer y al por
mayor ya que son en su mayoría objetos publicitarios. Ocurre lo mismo Richard
Prince que se vale de la copia como es el aprovechamiento de los selfies de Instagram para construir su
obra. Takashi Murakami, cuya obra se basa en el comic y los dibujos animados,
ha desarrollado su trabajo a través de una empresa llamada Kakai Kiki, que
cuenta con más de cien empleados en Tokio, Saitama y Nueva York. Damien
Hirst, con su extravagante obra de
cuadros gigantes de esferas,
animales conservados en formol y cuadros de mariposas se ha convertido en uno de los más caros y
más conrovertidos pues ayudó a inflar la burbuja del arte contemporáneo que
reventó a finales de 2008.
En cuarto lugar, la formación del artista en cuanto
pintores, dibujantes, escultores o grabadores hasta dominar una técnica y
perfeccionar un talento ya no es lo primordial sino más bien desarrollar la
habilidad para la “conceptualización de la obra”. Hoy día basta que el artista
designe algo como arte para que lo sea. No obstante, asegura Avelina Lésper,
“La conceptualización y los discursos retóricos no producen arte como tampoco
mandar a hacer las obras nos hace artistas”. La calidad estética de la obra y
el talento para desarrollar una técnica se convierten en cuestiones
secundarias. El arte debe trascender y
transformar la realidad.
Finalmente, algunas obras contemporáneas son
contestatarias, políticamente correctas y llevan un mensaje social o feminista,
las cuales gozan incluso del apoyo del mercado y las instituciones, pero
nuevamente carecen de un valor estético y pueden a la vista ser ofensivas o
simplemente desagradar. Como dice Lésper, “Es el caso de las mujeres que
explotan el eslogan de la libertad femenina también enarbolan el de la libertad
artística (…) Los mensajes contradiciendo las ideas de libertad que ensalzan,
se codifican y se acotan. El cuerpo, la maternidad, la violencia de género, la
casa, la familia, los roles de las mujeres, las relaciones amorosas”. Basta
observar los performances de Lorena Wolffer sobre las mujeres maltratadas, o
los frascos de limpiadores de Eulalia Valldosera o los utensilios de cocina y
la ropa lavada de Jessica Stockholder.
La negación de la estética y la factura es muy
conveniente para el mercado del arte, pues así es muy fácil inflar en el
mercado una obra que no tiene mayor valor artístico al punto que se desee y
cómo se desee. Ya depende de sofisticadas estrategias de marketing y de la
suerte. El viejo criterio de la unidad de forma y contenido para juzgar una
obra según el cual la técnica y el diseño que definen el estilo son la forma y
el tema es el contenido, se fue a pique hace mucho tiempo. Reconocer una obra
maestra del arte contemporáneo o a un genio, se convierte en algo incierto, difícil y relativo. Los
artistas más cotizados por sus
ventas no necesariamente son los mejores.
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