La globalización neoliberal al no generar el prometido
bienestar para las mayorías sino todo lo contrario: pobreza, desempleo,
marginamiento y estancamiento
económico ha producido una gran polarización política como respuesta,
apuntalada por corrientes de izquierda antiglobalización pero más recientemente
por el resurgimiento de una derecha populista que antaño era liberal,
neoliberal o conservadora y que genera gran confusión. Confunde porque
defienden el proteccionismo, busca el voto obrero y propenden por partidos
“neoproletarios” sin socialismo, por supuesto, que apelan al trabajador blanco
frustrado por su situación económica y social y que proponen que el acceso a
los recursos públicos y a los puestos de trabajo debe ser primero para los
nacionales.
Hay distintas variantes de este fenómeno pero tienen en común
la bandera contra las élites
políticas y financieras y la defensa de una identidad nacional que se ve
amenazada, sobre todo por los extranjeros. “Son movimientos antiglobalización
de derechas”, dice el experto Xavier Casals que denomina este fenómeno como “nacional
populista”.
Se trata de políticos del talante de Donald Trump, el
candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, que se replica en
Europa en cabeza de Norbert Hofer del Partido de la Libertad de Austria, quien
estuvo a punto de ganar las elecciones; el exalcalde de Londres, Boris Johnson,
a quien se le ha apodado “el rey de la comedia política”; Marine Le Penn en
Francia; en el norte de Europa Sylvi Listhaug del Partido del Progreso noruego;
el danés Kristian Thulesen Dahl, líder del Partido Popular, que ocupa el
segundo lugar en el parlamento y Geert
Wilders, el líder del Partido por la Libertad holandés.
Todos los anteriores tienen en común que apelan al
proteccionismo y a un nacionalismo
radical motivado por la crisis de los refugiados. El reclamo nacionalista utiliza la imagen de un peligro
potencial para la integridad de la comunidad nacional, un recurso
reiteradamente utilizado a lo largo de la historia para fortalecer la cohesión
y promover el consenso social con base en una supuesta identidad nacional. Se crea así un enemigo sobre quien dirigir el descontento,
con el pretexto de asegurar un “nosotros”.
Su electorado es principalmente obrero. Aitor Hernández-Carr
señala que numerosos estudios coinciden en señalar que desde los años 80 se ha
producido una evolución común en el perfil socioecómico del electorado de las
distintas formaciones de derecha radical populista. Si durante los 80 podría hablarse
de un "predominio de individuos de clase media", a lo largo de los 90
y 2000 se hizo patente la progresiva "obrerización" del electorado.
Este es un populismo excluyente que justifica la expulsión
fuera de la comunidad de unas “minorías amenazantes” de allí el endurecimiento
de las leyes migratorias en el conjunto de la UE en la última década, el crecimiento de la fobia contra el
Islam y/o la campaña de Sarkosy
contra los roms y en general
contra los migrantes. Remueven
sentimientos de intolerancia, xenofobia en sus electores, pero de ninguna manera atacan las
verdaderas causas del malestar de la población, o sea las políticas
neoliberales que se aplicaron a rajatabla en ambos lados del Atlántico.
La semana pasada el partido Conservador Británico en su
Congreso en Birmingham tomó un
giro populista, donde se hicieron explícitas consignas dominadas por la
xenofobia, el desprecio al inmigrante, la nostalgia de la Inglaterra imperial y
las ideas más retrógradas en cabeza del ala dura del Brexit - Liam Fox, David
Davis, Boris Johnson - que salió fortalecida. Si Thatcher cimentó
un conservadurismo que exaltó el
neoliberalismo, ahora May ha decidido refundarlo desde una visión nacional populista. Ha señalado que el
partido quiere alzarse “contra la visión cosmopolita de las élites, contra el
espíritu libertario de la derecha y el socialismo de la izquierda”.
La consolidación de este tipo de populismo recrea épocas pasadas como los años 20 cuando surgieron condiciones para una
gran conflagración.