Historias de la realidad o la realidad de las historias

sábado, 23 de abril de 2016

Colombia, fracturada por la violencia criminal



La sociedad colombiana está fracturada no solamente porque es difícil lograr consensos en torno a temas fundamentales al carecer de un tejido social fuerte, una clase obrera numerosa y unos partidos políticos mayoritarios sino principalmente por la violencia política que siempre ha estado presente y por las redes criminales ahora llamadas bacrim, que ya no son grupos de autodefensa ni contrainsurgentes pero que en algunos casos tienen mando y jerarquía militar. La violencia política de los alzados en armas también se envilece al incurrir en actividades propias del crimen organizado, principalmente el narcotráfico, la extorsión y el secuestro.



Es evidente, en el caso colombiano, que cuando termina una guerra, empiezan otras en ciclos consecutivos de violencia criminal. Unas violencias traen otras, lo cual indica que hay factores estructurales para que el proceso se repita, aún cuando cambiando de formas: guerrillas, paramilitares, bandas y redes criminales. Hay, por ejemplo, disidentes, rearmados y bandas emergentes, surgidos del proceso de desmovilización de los grupos paramilitares de 2003/2006. Y unos se relacionan y entrelazan con otros en complejas estructuras criminales descentralizadas, regionalizadas y transnacionalizadas.



Algunos factores incidentes en la reproducción de redes criminales tienen que ver con la globalización y sus secuelas. Por ejemplo, la gran concentración de la tierra y la expulsión de una mano de obra flotante que nunca encontró trabajo en las ciudades por la falta de desarrollo industrial, constituye la base social tanto de los grupos armados como de la economía de la droga. El paso de una economía basada en el café y la agricultura a una economía anclada no en la industria sino en la minería, los recursos energéticos y la coca, ha facilitado la expansión de los actores armados abriéndoles nuevas oportunidades de financiación a través de recursos fuertemente vinculados a la economía global.



Es un hecho que la expansión del negocio de la coca, en pleno auge de la liberalización comercial, brindó nuevas fuentes de financiación a los distintos actores armados y delincuenciales. Las FARC, por ejemplo, encontraron un nuevo combustible para su economía de guerra, a través de la imposición de tributos sobre un 80% de las actividades relacionadas con la producción y exportación de cocaína, llegando a obtener alrededor de US$ 140 millones provenientes de esas extorsiones. Hoy las ganancias por la cocaína han declinado y el mando del negocio lo tienen los carteles mexicanos, especializados en el tráfico y distribución al consumidor final, teniendo las redes del crimen que buscar nuevas fuentes de ingreso sin que ello signifique que los cultivos de coca hayan disminuido; por el contrario, Colombia vuelve a ser el primer productor de hoja de coca en el mundo.



La minería ilegal, mediante la explotación directa de oro y la extorsión a los dueños de minas ilegales que no están a cargo de las bandas criminales, se convirtió en fuente de financiación debido a los altos precios del oro en el mercado internacional, además que los delitos por minería ilegal, a diferencia de los relacionados con el narcotráfico, no son castigados de manera severa por la ley colombiana.



Adicionalmente, las nuevas tecnologías de la comunicación, la información y el transporte facilitan la internacionalización de las actividades ilícitas a gran escala, brindando un escenario ideal para el establecimiento de redes transnacionales que permiten vincular de manera más rápida y efectiva a los distintos grupos, mafias e individuos que buscaban maximizar sus ganancias a partir de la alta rentabilidad de los negocios ilícitos como el narcotráfico, microtráfico, la trata de personas, el lavado de activos, el contrabando de gasolina, armas y bienes de consumo y actividades extorsivas, principalmente.



Otro factor incidente es la descentralización aunque no lo parezca. El Estado al descentralizar sus funciones y recursos con el objetivo de adecuarse a los requerimientos del modelo neoliberal, traslada el conflicto a una disputa por el poder local que se manifiesta en el uso de la violencia armada para apropiarse de los recursos y bienes públicos en las regiones. De allí que la extorsión sea otra de las actividades ejecutadas por las bandas emergentes y que el fenómeno de la corrupción también esté asociado con estas bandas que penetran las instancias locales y regionales y los organismos de seguridad y judicial. También se destacan las expresiones de violencia asociadas al control territorial y a la disputa por corredores de movilidad estratégicos para sus negocios ilegales. Entre estas expresiones se encuentran homicidios, masacres, asesinatos y atentados contra líderes sociales, sindicalistas y funcionarios del Estado, amenazas, restricciones a la libertad de movimiento de la población, numerosos casos de desplazamiento forzado y reclutamiento de menores.



Si bien las AUC desmovilizaron a más de 30.000 miembros, quedaron en pie o resurgieron estructuras criminales que podríamos describir como oficinas de cobro, tanto urbanas como rurales. Aunque se ha avanzado en su desmantelamiento desde 2006 cuando existían unas 33 grandes, El Minsitro Luis Carlos Villegas en un debate reciente ha indicado que existen en el país “bandas criminales” de diferentes tamaños: 3 grandes, 39 medianas y 400 que tienen entre siete y diez integrantes. Según esta información, es superior a 4.000 el número de hombres sobre las armas de estas organizaciones delictivas.



No deja de ser preocupante su avance especialmente, del denominado Clan Úsuga (también llamado Urabeños o Autodefensas Gaitanistas de Colombia). De acuerdo con la Dirección de Fiscalías contra el Crimen Organizado, esta banda tiene en sus filas a 2.650 integrantes y es catalogada por esa entidad como “la más grande organización criminal con poder de corrupción dentro de las instituciones del Estado”. Opera en 17 departamentos de la Costa Atlántica, la zona Andina, Norte de Santander y la Costa Pacífica, con redes en tres continentes y células activas en Venezuela y España. 
 


La fragmentación del crimen organizado colombiano y la naturaleza de las redes criminales hacen muy difícil para las agencias de seguridad nacionales e internacionales su desmantelamiento. Éstas ven al Estado como un obstáculo a sus actividades y no tienen problema en hacer alianzas con las FARC en ciertos territorios y circunstancias. A pesar de que de que no son contrainsurgentes, no es posible negar que el Clan Úsuga, como otros grupos, constituye una grave amenaza contra los movimientos sociales y que son contratados para perpetrar asesinatos de líderes populares. Las bandas criminales son utilizadas por agentes legales como grupos privados de seguridad, para someter organizaciones de víctimas, asesinar líderes sociales y amedrentar todo aquello que amenace el poder de las élites.



También son un amenaza para el proceso de paz con la guerrilla. Dice Eduardo Pizarro al respecto que: “Ahora que las FARC y el ELN están sentados en la mesa de negociaciones de paz temen que estos grupos copen los territorios en que actuaban y pongan en peligro su supervivencia. Es una amenaza real y que no puede ser menospreciada. Las decenas de líderes populares asesinados en los últimos meses, que las bacrim ven como una amenaza a sus intereses delictivos, son una campanada de alerta”.



También es probable que de la desmovilización de la guerrilla puedan surgir nuevas formas de criminalidad armada, ya que no hay garantía alguna de que el desarme sea total ni que los factores estructurales del crimen desaparezcan.

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