La cultura de
masas o mainstream es la cultura
dominante que imponen las industrias culturales, creativas y/o de contenidos siguiendo el modelo
estadounidense del Entertainment de
masas. Se refiere al pensamiento, gustos
o preferencias predominantes del gran público en materia de entretenimiento
como contrapuesto al arte: novelas y series de televisión, Blockbusters o éxitos de taquilla cinematográficos, best sellers de fiction y nonfiction –ya
no se habla de literatura-, hits de música pop,
entre otros.
En lugar de
ser cultura para todos, en el sentido de la vieja consigna maoista: “Por una
cultura nacional, científica y de
masas”, que pretendía que la cultura revolucionaria fuera apropiada por las
masas y que ahora resulta fuera de lugar, el término tiene una implicación más bien negativa de cultura comercial o light uniforme y estandarizada que consumimos todos hoy día y que
no implican necesariamente calidad artística o un contenido valioso.
La cultura de
masas globalizada es también el softpower
que ejerce el complejo entramado de las industrias del espectáculo para imponer
un cierto tipo de valores y gustos en las sociedades al estilo americano aún
cuando su origen no sea siempre estadounidense.
Al sociólogo y
periodista francés, Frédéric Martel, egresado de Science Po y de la École de
Hautes Études Commerciales (HEC) de
París, le tomó cinco años para entrevistar a 1.250 protagonistas de la
cultura y el negocio del espectáculo en 30 países. Nos describe en su libro Cultura Mainstream. Cómo nacen los fenómenos
de masas, el negocio en Estados Unidos, pero también la geopolítica y la
competencia entre bloques de poder de una multimillonaria industria en lo que
Martel denomina la universalización del mainstream.
Por ejemplo, ¿Cuál
es la ruta de un Blockbuster? En el
nuevo Hollywood, una película es financiada por uno de los cinco estudios principales
– Disney, Sony-Columbia, Universal, Warner Bros, Paramount y 20th Century Fox- asociados
en la Motion Picture Association que
vela por los intereses del sector en Estados Unidos y en el extranjero. Hace lobby en el Congreso norteamericano para
poder exportar películas e internacionalmente para que los gobiernos
liberalicen los mercados, supriman las cuotas de pantalla y suavicen la
censura.
El estudio que
da el visto bueno al proyecto, pero que ya no hace la película, ahora opera más
como un banco que subcontrata o que hace outsourcing.
El film, bajo el control
permanente de agencias de talentos remuneradas con un porcentaje de todas las
transacciones, es confiado a miles de sociedades independientes: empresas de
producción; start-up técnicas; pequeñas
empresas especializadas en el casting, la postproducción, los efectos
especiales, la creación de trailers promocionales; agencias de comunicación globalizadas y sociedades especializadas en la distribución
de movies en distintos países.
Las agencias independientes
que se ocupan de los actores, los directores, los guionistas y de todos los
oficios que existen en Hollywood, representan un sistema que opera más o menos de la misma manera en la
música, la edición, la televisión
y hasta el deporte. La agencia negocia contratos de todo tipo para casi toda
la producción de la película.
El guión
escogido debe ser a la vez para el gran público –que gusta o atrae a las gran
público o masas (crowds)- pero
también nuevo y único; su argumento debe dar la impresión de tener algo
“especial” y el marketing se encarga luego de que dé una sensación de comodidad al espectador.
Todo está dirigido a transformar
el producto en estímulos de vida apropiados para que sea un verdadero éxito
comercial.
Se discuten
los contenidos de los trailers y el mejor momento para el estreno. Los focus groups encargados de promocionar
el film empiezan las campañas meses antes del estreno. Hay marcas de comestibles que se consumen en los teatros que también
promocionan la película. Por último viene el drive, que
consiste en repetir incansablemente el nombre de la película y sus actores por
todos los medios posibles, en campañas costosísimas. Es difícil escapar a este asedio mediático para vender un Blockbuster tipo: Batman, Spiderman,
Indiana Jones, etc.
Finalmente, un
nuevo tipo de crítico cultural ha surgido. Pauline Kael es su fiel representante, una que ya no distingue
entre arte y entretenimiento y que se encarga de persuadir al público de que la
cultura comercial es también buena como arte. Como dice Martel, ella es una “elitista popular” que “confía en el gusto de ese público”
haciendo que las películas mainstream
sean “intelectualmente respetables”.
Críticos como ella y Tina Brown son trendsetters
o imponedoras de modas que se contraponen al crítico intelectual pues siempre le
dan preponderancia lo cuantitativo frente a lo cualitativo.
El "consumo”
final del potencial blockbuster se realiza en
los multicines, otro enorme
negocio que acabó con los teatros
de barrio en todo el mundo. En Estados Unidos existen 40.000 pantallas
repartidas en 6.300 cines que venden
1.400 millones de entradas al año por un valor de diez mil millones de
dólares, un fenómeno ahora internacional ligado a los centros comerciales, los
suburbios y al pop corn, que nació en Estados Unidos.
En fin, la
cultura de masas o mainstream es por
sobre todo un gran negocio.
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