Las mujeres
más que los hombres heredan molduras, soportan estereotipos, llevan
sobre sus espaldas la pesada carga de ser buenas, demasiado buenas
para su propio bien. Desde las primitivas sociedades matriarcales hasta
hoy ha corrido mucha agua bajo el puente y ni las ricas ni las pobres
se han podido sacudir del todo de tanta opresión, de tanto estrés
por el sólo hecho de ser mujeres.
La utopía
feminista junto con la ecológica – destrozamos el planeta - son
quizás las utopías más florecientes en la actualidad y no es para
menos. ¿En donde más podrían ser iguales? Aunque la utopía, al
menos en la literatura, también conlleva su reverso: la antiutopía
o distopía. Ello para resaltar la actual posición de la mujer.1
Es tan grande la fe perdida en los políticos -en su mayoría
machos- y en las ideologías que las mujeres abrazan con fervor esta
utopía. Y mientras haya utopías, habrá esperanza, habrá futuro.
Que son
indispensables nadie lo niega. Jeffrey Sachs, el más destacado
teórico del Desarrollo Sostenible, - el nuevo paradigma para el
siglo XXI - sostiene que este no es posible sin el concurso de la
mujer y por ello para liberarla e integrarla activamente a la
sociedad, la tercera meta del Desarrollo del Milenio propone la
equidad de género y el empoderamiento de la mujer. A mediados del
siglo pasado, Mao Tse-tung también entendió que la revolución
china era imposible sin la "mitad del cielo", criterio que
probablemente no obtuvo de Oriente, porque era en general feudal y
patriarcal, sino de Occidente, quizás por su amistad con Simone de
Beauvoir.
Mao
Tste-tung dijo:
Un hombre en China usualmente está sujeto a la dominación de tres sistemas (la autoridad política, la autoridad del clan y la autoridad religiosa). En cuanto a la mujer, adicionalmente, también está dominada por los hombres (la autoridad del esposo) (…) Y en cuanto a la autoridad del esposo, siempre ha sido menor entre los campesinos pobres, porque debido a la necesidad económica, sus mujeres tienen que hacer más trabajo manual que las mujeres de las clases más ricas y por tanto tienen más voz y más poder de decisión en los asuntos familiares.2 Lo anterior es ley.
En la
actualidad, en países desarrollados como Canadá, Australia y las
socialdemocracias nórdicas, la desigualdad de género3
es menor que en las sociedades islámicas, India, y África Oriental,
donde además de factores relativos a la pobreza, la cultura juega
un papel preponderante en detrimento de la mujer al impedirles, por
ejemplo, participar activamente en el mercado laboral y educarse.
No obstante, se han dado pasos importantes y no es casual que la
participación política de la mujer, medida como el número de
curules sea también más alta en el Norte de Europa, siendo Rwanda
la excepción al contar con la participación más alta del mundo,
de más del 50%, gracias a sus políticas sociales, muy lejos de la
triste realidad colombiana donde tan solo una quinta parte del
Congreso electo está conformado por mujeres.
Un abordaje
público multifacético y eficaz incluiría reformas legales
encaminadas a favorecer la inclusión social y los Derechos Humanos
relativos a la mujer, tales como: cuotas femeninas en cargos
públicos y en la dirección de los partidos políticos, medidas
para frenar la discriminación, apoyo financiero, guarderías
públicas, salud preventiva, políticas contraceptivas, castigo
ejemplar a la violencia intrafamiliar y el abuso sexual, entre
otras. Todo ello contribuiría al Desarrollo Sostenible, según el
mismo experto.
El
feminismo ayuda
El
feminismo ha avanzado muchísimo desde distintas vertientes y hoy
proliferan estudios y libros que elucidan el problema de la mujer
y/o le enseñan a vivir mejor y con más autonomía.
El “ideal
femenino” es una imposición social puesto que está demostrado que
no hay mayores diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a la
personalidad. No hay temperamentos innatos femeninos ni masculinos.
Es más, hasta la milenaria sabiduría naranja de los swamis
sostiene hoy que las personas más eficaces y felices son los que han
desarrollado su lado femenino y masculino sin sesgos. Aunque las
mujeres son las que dan a luz, el “instinto maternal” no es
biológico sino social, los hombres también lo pueden tener. A las
que optan por no casarse las tildan de “solteronas” o “fáciles”
y es un chiste de mal gusto y un lugar común escucharles decir a
los machos que “les falta un macho”. El hecho de que las mujeres
sean hoy profesionales, científicas, o empresarias no las ha
liberado de los estereotipos.
En 1963
Betty Friedan elucidó en The Feminine Mystique como la mujer ha
estado profundamente sujeta a la definición de feminidad impuesta
por otros, en ese entonces lo denominó el “problema sin nombre”
para referirse a esa infelicidad de la mujer producto de la
abundancia de electrodomésticos. En 1990 Claudia Bepko &
Jo-Ann Krestan en su obra Too Good for her Own Good. Searching for
Self and Intimacy in important Relationships, le colocan un nombre:
“el código de la bondad de las mujeres” el cual hace imperativo,
entre otras cosas: lucir bien “una mujer es tan buena como su
apariencia”; comportarse como una dama “una buena mujer nunca
pierde el control ni se enoja”; ser servicial y generosa “una
mujer vive para dar”; hacer que las relaciones afectivas funcionen
“una buena mujer ama primero”; ser competentes sin quejarse
“hace todo y nunca se ve abrumada”.
Este código
se transmite de generación en generación con algunas variantes.
Las madres que nunca fueron amadas también se les seca el corazón.
“Porque te quiero te critico, es por tu bien”, dicen. Ese
vacío emocional las torna malas mamás y proyectan sobre sus hijas
el “código de perfección”, para que ellas hagan todo lo que
ellas no pudieron lograr por diversas razones -sociales, económicas,
culturales- o para que superen las fallas reales o imaginarias
propias y en consecuencia las hijas crecen cargando el pesado fardo
de “tener que hacer siempre el bien”. ¡Qué pesadez!
Históricamente
ha pasado en las familias aristocráticas y en las humildes también.
Pero, ¿acaso las madres o las hijas tienen la culpa de que en un día
aciago un caballero se haya batido en duelo por su amante,
abandonando a su suerte a las hijas, o que el patrón de la hacienda
por el derecho de pernada haya dejado embarazada a la sierva
marcándola con el karma del repudio social, o que el comandante de
cuadrilla se haya satisfecho con la que hace la guardia nocturna en
algún lejano paraje de nuestra geografía? Son hijos engendrados sin
amor.
Ser mujer no
es fácil, lo confieso yo que soy mujer.
1Véase
Utopia. The Search for the Ideal Society in The Western World.
Edited by Roland Schaer, Gregory Claeys and Lyman Tower Sargent.
Oxford University Press. New York Oxford 2000.
2Introductory
note to "Solving the Labour Shortage by Arousing the Women to
Join in Production" (1955), The Socialist Upsurge in China's
Countryside, Chinese ed., Vol. II.
No hay comentarios:
Publicar un comentario