Historias de la realidad o la realidad de las historias

domingo, 13 de marzo de 2016

El feminismo como utopía


Las mujeres más que los hombres heredan molduras, soportan estereotipos, llevan sobre sus espaldas la pesada carga de ser buenas, demasiado buenas para su propio bien. Desde las primitivas sociedades matriarcales hasta hoy ha corrido mucha agua bajo el puente y ni las ricas ni las pobres se han podido sacudir del todo de tanta opresión, de tanto estrés por el sólo hecho de ser mujeres.



La utopía feminista junto con la ecológica – destrozamos el planeta - son quizás las utopías más florecientes en la actualidad y no es para menos. ¿En donde más podrían ser iguales? Aunque la utopía, al menos en la literatura, también conlleva su reverso: la antiutopía o distopía. Ello para resaltar la actual posición de la mujer.1 Es tan grande la fe perdida en los políticos -en su mayoría machos- y en las ideologías que las mujeres abrazan con fervor esta utopía. Y mientras haya utopías, habrá esperanza, habrá futuro.



Que son indispensables nadie lo niega. Jeffrey Sachs, el más destacado teórico del Desarrollo Sostenible, - el nuevo paradigma para el siglo XXI - sostiene que este no es posible sin el concurso de la mujer y por ello para liberarla e integrarla activamente a la sociedad, la tercera meta del Desarrollo del Milenio propone la equidad de género y el empoderamiento de la mujer. A mediados del siglo pasado, Mao Tse-tung también entendió que la revolución china era imposible sin la "mitad del cielo", criterio que probablemente no obtuvo de Oriente, porque era en general feudal y patriarcal, sino de Occidente, quizás por su amistad con Simone de Beauvoir.



Mao Tste-tung dijo: 
Un hombre en China usualmente está sujeto a la dominación de tres sistemas (la autoridad política, la autoridad del clan y la autoridad religiosa). En cuanto a la mujer, adicionalmente, también está dominada por los hombres (la autoridad del esposo) (…) Y en cuanto a la autoridad del esposo, siempre ha sido menor entre los campesinos pobres, porque debido a la necesidad económica, sus mujeres tienen que hacer más trabajo manual que las mujeres de las clases más ricas y por tanto tienen más voz y más poder de decisión en los asuntos familiares.2 Lo anterior es ley.



En la actualidad, en países desarrollados como Canadá, Australia y las socialdemocracias nórdicas, la desigualdad de género3 es menor que en las sociedades islámicas, India, y África Oriental, donde además de factores relativos a la pobreza, la cultura juega un papel preponderante en detrimento de la mujer al impedirles, por ejemplo, participar activamente en el mercado laboral y educarse. No obstante, se han dado pasos importantes y no es casual que la participación política de la mujer, medida como el número de curules sea también más alta en el Norte de Europa, siendo Rwanda la excepción al contar con la participación más alta del mundo, de más del 50%, gracias a sus políticas sociales, muy lejos de la triste realidad colombiana donde tan solo una quinta parte del Congreso electo está conformado por mujeres.



Un abordaje público multifacético y eficaz incluiría reformas legales encaminadas a favorecer la inclusión social y los Derechos Humanos relativos a la mujer, tales como: cuotas femeninas en cargos públicos y en la dirección de los partidos políticos, medidas para frenar la discriminación, apoyo financiero, guarderías públicas, salud preventiva, políticas contraceptivas, castigo ejemplar a la violencia intrafamiliar y el abuso sexual, entre otras. Todo ello contribuiría al Desarrollo Sostenible, según el mismo experto.



El feminismo ayuda



El feminismo ha avanzado muchísimo desde distintas vertientes y hoy proliferan estudios y libros que elucidan el problema de la mujer y/o le enseñan a vivir mejor y con más autonomía.



El “ideal femenino” es una imposición social puesto que está demostrado que no hay mayores diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a la personalidad. No hay temperamentos innatos femeninos ni masculinos. Es más, hasta la milenaria sabiduría naranja de los swamis sostiene hoy que las personas más eficaces y felices son los que han desarrollado su lado femenino y masculino sin sesgos. Aunque las mujeres son las que dan a luz, el “instinto maternal” no es biológico sino social, los hombres también lo pueden tener. A las que optan por no casarse las tildan de “solteronas” o “fáciles” y es un chiste de mal gusto y un lugar común escucharles decir a los machos que “les falta un macho”. El hecho de que las mujeres sean hoy profesionales, científicas, o empresarias no las ha liberado de los estereotipos.



En 1963 Betty Friedan elucidó en The Feminine Mystique como la mujer ha estado profundamente sujeta a la definición de feminidad impuesta por otros, en ese entonces lo denominó el “problema sin nombre” para referirse a esa infelicidad de la mujer producto de la abundancia de electrodomésticos. En 1990 Claudia Bepko & Jo-Ann Krestan en su obra Too Good for her Own Good. Searching for Self and Intimacy in important Relationships, le colocan un nombre: “el código de la bondad de las mujeres” el cual hace imperativo, entre otras cosas: lucir bien “una mujer es tan buena como su apariencia”; comportarse como una dama “una buena mujer nunca pierde el control ni se enoja”; ser servicial y generosa “una mujer vive para dar”; hacer que las relaciones afectivas funcionen “una buena mujer ama primero”; ser competentes sin quejarse “hace todo y nunca se ve abrumada”.



Este código se transmite de generación en generación con algunas variantes. Las madres que nunca fueron amadas también se les seca el corazón. “Porque te quiero te critico, es por tu bien”, dicen. Ese vacío emocional las torna malas mamás y proyectan sobre sus hijas el “código de perfección”, para que ellas hagan todo lo que ellas no pudieron lograr por diversas razones -sociales, económicas, culturales- o para que superen las fallas reales o imaginarias propias y en consecuencia las hijas crecen cargando el pesado fardo de “tener que hacer siempre el bien”. ¡Qué pesadez!



Históricamente ha pasado en las familias aristocráticas y en las humildes también. Pero, ¿acaso las madres o las hijas tienen la culpa de que en un día aciago un caballero se haya batido en duelo por su amante, abandonando a su suerte a las hijas, o que el patrón de la hacienda por el derecho de pernada haya dejado embarazada a la sierva marcándola con el karma del repudio social, o que el comandante de cuadrilla se haya satisfecho con la que hace la guardia nocturna en algún lejano paraje de nuestra geografía? Son hijos engendrados sin amor.

Ser mujer no es fácil, lo confieso yo que soy mujer.

1Véase Utopia. The Search for the Ideal Society in The Western World. Edited by Roland Schaer, Gregory Claeys and Lyman Tower Sargent. Oxford University Press. New York Oxford 2000.

2Introductory note to "Solving the Labour Shortage by Arousing the Women to Join in Production" (1955), The Socialist Upsurge in China's Countryside, Chinese ed., Vol. II.


3 Según el Índice de Desigualdad de Género de las Naciones Unidas.

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